Mientras
El País seguía con su propagandística tabarra,
Fernando Savater publicaba un ponderado
artículo sobre
Garzón que suscribo de la cruz a la fecha. Añadiría que fue condenado por el delito que (salvando las distancias) imputó a los del GAL: Ni siquiera para defender la democracia cabe utilizar métodos situados al margen de los previstos y actuar extramuros de la ley. Él mismo tuvo sobradas ocasiones de comprobar que los abogados de los delincuentes se sirven de un Estado en el que no creen y al que incluso desprecian para combatirlo abiertamente; pero esa es la grandeza y la debilidad del Estado de Derecho.
Yo, como Savater, también lo siento y reconforta ver que, aunque se ha quedado en el paro, no está con una mano delante y otra detrás; que puede irse de tourneé. Lo digo sin pizca de ironía.
Con frecuencia, las posturas prefijadas y fanáticas lo son por la endogamia de los partidarios. Forges se acuerda de Haití, de Somalia y de Garzón. En un curioso ejercicio de empatía, se pone en el lugar del juez, en el «locutorio dos», para escuchar al político corrupto confesar sus tropelías. ¿Le traiciona el subconsciente o se trata de un deliberado homenaje póstumo a los métodos de D. Baltasar?
Más que cantar un tango triste, sentido y arrastrao, Baltasar, flamenco, parece haberse arrancado por alegrías. Veinte años no será nada, pero, lo que es para volver, once parecen una eternidad.