miércoles, 23 de mayo de 2012

Pueblos de España

A los municipios, como se dice ahora, se les está criminalizando. La crisis nos ha traído cosas divertidas, como el cruce de acusaciones entre distintas instituciones y estamentos. La administración local se lleva la palma. Es, para todos, el pimpampum de la caseta de feria de las culpabilidades.
Muy a menudo es la pura ignorancia la que provoca determinados comentarios. Ayer, en el Telediario 2 que presenta Sergio Sauca con Pepa Bueno, se decía: «Algunos ayuntamientos se han planteado cobrar el IBI a la Iglesia». Dicho así, es una memez: mientras no se revise el Concordato, no hay nada que hacer.
Parecía que el Real Decreto-ley 4/2012, de 24 de febrero, por el que se determinan obligaciones de información y procedimientos necesarios para establecer un mecanismo de financiación para el pago a los proveedores de las entidades locales, hubiera nacido por generación espontánea, pero nada más lejos de la realidad. El propio enunciado del Real Decreto-ley 11/1979, de 20 de julio, sobre medidas urgentes de financiación de las Corporaciones locales, daba idea de cómo estaba el patio entonces. Lo cierto es que, por la progresiva asunción de servicios, por la endémica insuficiencia económica, o por una mala gestión generalizada, el problema se ha enquistado y se ha hecho perenne. La Ley 24/1983, de Medidas Urgentes de Saneamiento y Regulación de las Haciendas Locales, comenzaba su texto con la expresión: «La crónica situación deficitaria de las Corporaciones Locales». Por eso, a pesar del tono sepia de la imagen, que corresponde a un editorial de El País de 28-10-93, el recorte no es tan viejo, ni mucho menos, como el problema.
También es verdad que España está a la cola de Europa en cuanto al peso de la Administración Local en el reparto de la tarta del gasto público. Y tampoco podemos olvidar que la morosidad de los ayuntamientos viene de antiguo y de lejos (¡coño, de Alemania!): me refiero al flautista de Hamelin.
El quid de la cuestión –más allá de los casos puntuales de alcaldes o concejales corruptos- es cómo (con qué programas) se concurre a las elecciones. La manía imposible de que proliferen las piscinas cubiertas o los pueblos que tienen más pistas de tenis que vecinos en condiciones de jugar, han llevado a esto. No hay cojones para presentarse ligero de equipaje, con la única promesa de sanear las cuentas, de gestionar con eficiencia los recursos públicos, como si de una economía familiar se tratase. Eso y ser conscientes de los riesgos que entraña disparar con pólvora del Rey... sin olvidar que el Rey dispara con nuestra pólvora, pagada por todos a escote.

Estamos en bankiarrota

¿Se puede saber qué ha pasado con las pruebas de stress que se les hizo a bancos y cajas unos pocos meses atrás, cuando sacábamos pecho por tener el sistema financiero más saneado del mundo mundial? Los mismos que denostaban al Banco de España, ahora defienden al regulador; y al revés. Los que hablaban de nacionalizar la banca critican ese intervencionismo que tanto se le parece; y al contrario. De las cajas de ahorro se decía que estaban politizadas o que eran democráticas según el color del cristal con que se mirara; o sea, según el color de sus capitostes. Se ensalzaba su labor social o se sugería que su especial fiscalidad constituía un sistema de competencia desleal para los bancos tradicionales. Cualquier argumento explica una cosa y su antítesis. Dos situaciones diametralmente opuestas pueden producir un mismo resultado. Pasa como con la alergia. Según se acerca la primavera, todos los años oímos en los medios que va a tener una gran incidencia porque las dificultades respiratorias son mayores en un ambiente seco, o bien anuncian que la humedad hará que se incrementen los índices de polen. Si dos causas tan dispares pueden producir un efecto idéntico, deja de intervenir el principio de causalidad, al menos el inspirado en la lógica, y es el puro azar el que rige los acontecimientos.
Hay cosas que no cambian. El PSOE repite el argumento con el que perdió las elecciones: el de la agenda oculta del PP, que ahora se está destapando. Pero los más legitimados para quejarse de que las medidas no estaban previstas en el programa supongo que son los propios votantes del Partido Popular. Al menos, son los que más engañados podrían sentirse; los indignados con causa. El gobierno insiste en la idea que ya utilizó estando aún en la oposición, como venda previa a la herida: la situación es peor de lo que se pensaba.
La crisis ha tenido un efecto curioso: el de reducir a los doctos economistas de la Escuela de Negocios de Harvard a la categoría de simples gañanes y simultáneamente ha hecho que los gañanes hablen (hablemos) como doctos economistas, como licenciados en Princeton.
Invirtiendo los términos del dicho, el bosque de la macroeconomía no nos ha dejado ver los árboles. Cuando han empezado a talarse y han menudeado los despidos, hemos sido conscientes de las tragedias individuales. Aquí es donde con más motivo habría que pedir explicaciones al gobierno, y a la patronal que tanto tiempo llevaba demandando medidas de este tipo: ¿cuántos puestos han creado después de acercarse el despido a la gratuidad? O dicho de otro modo: ¿cuántas empresas han salido del agujero? Hay que luchar por conservar cada puesto de trabajo como si se tratara de salvar al soldado Ryan y no echar paladas a esa bola de nieve del desempleo que se precipita imparable.
Ahora están con la ley de transparencia como antes, mientras la economía entraba en barrena, se entretenían con la igualdad, la memoria, la multiculturalidad, la laicidad y otras vainas. El papanatismo nacional hace que nuestros gobernantes se pongan platónicos.
Da la impresión de que algunas medidas, que se presentan como sesudas y despiadadas, meditadas en su dureza, difíciles pero fruto de un análisis anterior, son, en realidad, decisiones «a la trágala», huidas hacia adelante. Muchos recortes de gastos han pasado por las horcas caudinas de la falta de dinero. A menudo, no es cuestión de austeridad, de rebajar el déficit, de evitar dispendios o de simple deseo de ahorro, sino de la imposibilidad material de pagar las facturas. La sensación es de desconcierto e improvisación. No sé qué es peor. Más que realizar acciones que tenían pensadas pero que no querían confesar, por razones electoralistas o por maldad intrínseca, van a remolque de los acontecimientos. No saben qué hacer para revertir la situación pero tampoco pueden manifestarse con sinceridad porque el pánico sacudiría a los mercados y a la ciudadanía. Se ha extendido la especie de que no habrá rescate porque Europa no puede salvar a países de la envergadura de Italia o España. Si caemos, ¡adiós Madrid!
Solo les queda rezar. Y a nosotros también.

viernes, 18 de mayo de 2012

Unión de pueblos autónomos

Varias veces se ha lanzado el globo sonda de que se unirán municipios con el fin de minimizar costes y de ahorrar servicios y medios. No sé si se trata de hacerlo voluntariamente o a la fuerza y, en este último caso, tras reformar –supongo- los artículos 137 y 140 de la Constitución.
Bueno, yo no lo acabo de ver pero allá películas... mientras no me junten con los del pueblo de al lado. Los muy brutos movieron el mojón para apropiarse de parte de nuestro término.