martes, 9 de noviembre de 2010

Españoles fuera de España

El ensayo de Gregorio Marañón versaba sobre compatriotas que habían desarrollado su actividad allende nuestras fronteras. Es el caso de un chaval, Josep, originario de Lérida, que vive en Dublín y trabaja en la pastelería de su novia. Lo presentaba el programa de Televisión Española Españoles en el mundo, en la emisión del día 22-10-10. Después de hacer payasadas más o menos ocurrentes, se vio en la tesitura de referirse a España, a la que, con palmaria incomodidad, aludió como “el Estado”, evitando claramente citarla por su nombre y cayendo (como suele ocurrir en estos casos) en el ridículo. ¿Y por qué no rehusó simplemente ser considerado español de inicio? ¿Por qué no rechazó participar en un programa con ese título?
Hay cosas de las que no sabe uno qué pensar. Eso nos sucede casi siempre a los dubitativos. Cuando secuestraron a los cooperantes españoles en Mauritania, se alzaron voces críticas hacia los miembros de determinadas ONGs, tachándolos de “turistas de la solidaridad”. Una de las que se oyó fue la de Sánchez Dragó (a tenor de su última –no sé cómo definirla- boutade o canallada, la del episodio de pederastia, mejor estaría callado), pero no fue la única. Aparte de los sentimientos de solidaridad que se producen cuando alguien cae en manos de un grupo de desalmados, se abrió un debate social sin un resultado claro. No deja de parecer extraño que haya individuos con capacidad y tiempo para estas iniciativas, muy loables de suyo, cuando la mayor parte de la gente se las ha de ver con el despertador y con la vida. Desde la idea de que la caridad bien entendida empieza por uno mismo, y de que andar en la pelea diaria para llegar a fin de mes resta muchas fuerzas y posibilidades, eso de luchar por causas nobles pero lejanas no deja de sonar raro. Al que le sobra tiempo, le falta dinero. En esta cuestión, habría que dejar de lado, naturalmente, a los filantrópicos asalariados. Puede que sea un hobby sólo al alcance de pijos (vale aquí como sinónimo de aburridos, ociosos y ricos desocupados), pero siempre es de agradecer que se dediquen a estas actividades altruistas en lugar de a otras tontunas frívolas que sólo sirven para tenerlos entretenidos y no reporta ningún beneficio a nadie más que a ellos mismos. La mayor parte de las veces, ni eso. Conozco casos parecidos. Ortega y Gasset concebía la aproximación a la verdad, a la objetividad, como un haz de miradas convergentes sobre la cuestión examinada.
Así, en suspenso, había quedado el tema hasta que Albert Vilalta, Ingeniero de Caminos que dirige las empresas “Túneles y Accesos de Barcelona” y “Túneles del Cadí”, participadas por la Generalitat, ha anunciado que piensa pedir una indemnización por las secuelas que le produjo el secuestro. Afirma que dedicará el dinero a fines sociales. ¿Cómo calificaría el fin que se dio al rescate abonado para que lo liberaran? Ahora sí que estoy seguro de la opinión que me merece la ONG a la que pertenecía.
No participo en absoluto de esa animadversión vieja y fea hacia los catalanes, aquella que denostaba Unamuno en su célebre discurso («venceréis pero no convenceréis…») pero hay tipos con un desahogo que saca de quicio.
Fuera hombre, fuera.

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