
El enfrentamiento con Rajoy semeja el del ímpetu contra la frialdad, la pasión y los sentimientos contra la racionalidad cerebral. San Gil a lo mejor se equivoca en las cuestiones programáticas –que no lo sé ni me importa- pero ahí hay una mujer que se mueve porque no puede parar, que es incapaz de estarse quieta ante lo que interpreta como una traición o un atropello.
Hay que reconocer que el tema de debate en los partidos no es, ni puede serlo, el de las cualidades personales, el arrojo o la sumisión, pero qué bien viene de vez en cuando algo de frescura, ciertas dosis de sinceridad desgarrada, aunque desentone (o precisamente por eso) de tanto político reflexivo. Por todo ello, y por el valor que ha demostrado con creces, sólo puede concitar simpatías. En ese carácter no tiene cabida el cálculo ni entra la frialdad interesada... ¡ah! y le importa un pito no salir en la foto.
Diría que esto es una confaovulación si no fuera porque tengo miedo de que me llamen machista. Aunque pensándolo bien, los que tienen la vara de medir, los propietarios del rasero y de la patente de democracia, los que reparten los carnés de homologación con Europa, los que dicen quién mola y quién no, son implacables sólo cuando se trata de los suyos (las suyas en este caso). A las del sector duro de la derechona no les dan cobertura. Vamos, que a esas, ni agua.
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