
Por si no se ve bien, éste es el resumen. Un titular: “Título de tres líneas centradas para sociedad y cultura”; un subtítulo: “No tenía ganas ni necesidad del genial pintoras de malagubras para unas” (sic); una foto de una negra (en lenguaje políticamente correcto se llamará de otra manera, pero una negra es lo que se ve) acompañada de un loro. Éste mira a la cámara mientras aquélla mira al pajarito. Todo muy propio. Debajo de la foto, este texto: “Pie de foto falso para ver cómo queda esta página” y tanto el artículo como la foto vienen suscritos por un enigmático “Firma” (¿?) El texto, evidentemente confeccionado con la novedosa técnica del “copiar y pegar”, repite hasta tres veces la historia de un arbitro de 41 años, nacido en Bilbao.
El columnista decimonónico, cuando no iba en batín y pantuflas y escribía en su mesa camilla, se asemejaba a un oficinista gris dotado de una prosa llena de enjundia; tenía pluma de escritor de altos vuelos. En el siglo pasado, en buena parte gracias a Bernstein y Woodward y su Watergate, el gacetillero se convirtió en periodista de investigación. Su labor se ha ido parcelando en especialidades y algunas –como la del periodista deportivo o la del paparazzi- han alcanzado una pujanza inusitada. La invención de los medios de comunicación audiovisual revolucionó el periodismo y los reporteros se convirtieron en comparsa obligada en guerras y acontecimientos de todo orden. La prensa se fortaleció hasta convertirse en el 4º poder nominal, aunque en realidad se situaba a menudo por encima de los otros. Hunter S. Thompson ideó el periodismo gonzo, donde el cronista devino en actor fundamental de la trama narrada y Billy Wilder, en su Primera Plana, nos dio todo un recital de las malas artes de la profesión; un curso de ética periodística en negativo. Así hasta Jiménez Losantos, quien nos cuenta las verdades como puños, pero no por su tamaño o calidad sino por cómo las suministra. Y ahora El Mundo inaugura un género: el periodismo inexistente, en el que no hay sujeto, no hay noticia, no hay informador y no hay apenas nada. Pensábamos que el futuro venía ligado a Internet y relacionado con las nuevas tecnologías pero tal vez estábamos equivocados y la cosa va por este camino.
Nunca he creído que la prensa fuera fiel reflejo de la realidad, aunque, no sé, a lo mejor la reelabora dándole al vacío existencial un sesgo dadadista de banalidad humorística.
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