jueves, 19 de noviembre de 2009

Película con final feliz

Los piratas del Índico son unos cinéfilos, sin embargo con lo de Liberad a Willy se confundieron: consistía en liberar a la orca, no de la horca. Oyeron que en España había un Botín de incalculable valor, aunque nadie les explicó que era el mandamás del Santander, que no se podía usar como los cromos y que –sobre todo- no se dejaba. Tratándose de una negociación tan compleja, todo se mueve en una diminuta horquilla de acepciones, en un baile de preposiciones, de letras y equívocos.
Luego vieron en la peli de sus colegas del Caribe que lo que se respeta en el gremio, como una ley no escrita de los caballeros del mar, es pedir “parlamento”. Oirían que el presidente se llamaba Bono y, creyendo que era el de U2, pensarían que era partidario. Ese grito les permitiría escapar, momentáneamente, de ser pasados por la quilla o, lo más seguro, de caminar por la plancha. Un único pero: eso funciona entre piratas; para los gobiernos sólo rige atraparlos y colgarlos.
Con el tesoro del rescate ya pueden pagarse entradas y palomitas hasta hartarse, y gozar de una vida de película, de días de ron y rosas.

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