miércoles, 3 de marzo de 2010

Omertá

Al margen de la que se ha liado con las deposiciones de Willy Toledo, yo creo que él mismo se ha hecho la picha un lío. Vamos a ver: ¿cómo puede acusar a Orlando Zapata de haber sido un terrorista y, a la vez, llamarlo delincuente común sin acusar la enorme contradicción en la que cae? Sobre todo si estamos a la lógica propia con que empleará semejante terminología. No he podido evitar que me recordara a aquella noticia que presentaba El Mundo Today: “Un albañil antisistema socava los cimientos de la sociedad”.
Delincuente político, terrorista común... no vale la pena insistir en lo miserable de la infamia. Aunque de natural muy escéptico, bastante descreído y un poco irónico, no soy en absoluto malpensado. Creía sinceramente que la izquierda tradicional había contabilizado y asumido los errores históricos del comunismo y –en aplicación, precisamente, de su legendaria autocrítica- que se hallaba en un proceso de reconstrucción ideológica, desde la caída del muro cuando no desde que las tropelías dictatoriales del socialismo real fueron saliendo a la luz. Por eso, tales muestras de sectarismo e intransigencia dogmática, que chocan frontalmente con la tozudez de unos hechos indefendibles, no dejan de asombrarme. Y argüir que un eventual oponente político hace lo mismo o algo peor, es mal argumento.
El pacto de Toledo consiste en eso; en un pacto de silencio sobre los abusos e iniquidades del régimen castrista.

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