En este país, cortado con el patrón de su piel, siempre estamos a vueltas con los toros. Después del “toro a 100” y “toros contra el fuego”, tenemos toro con hielo. El temporal ha congelado el asunto. La iniciativa ciudadana para la prohibición (perfectamente legítima, sobra decirlo; aquí no vale ni el “prohibido prohibir”) ha desplazado la discusión sobre el paro y la situación económica. Ahora, ha quedado paralizada por la nieve porque el asunto no se mueve ni con cadenas. Como todo. De momento, la nevada ha indultado a los toros.
Se ha dicho (y también creo que con razón) que, como las acometidas contra el emblema de Osborne, se trataba en realidad de soltar amarras, de romper vínculos con España. La alternativa del burro catalán, más que descriptiva, siempre me pareció sintomática del sentido del humor del noreste peninsular, una excepción frente a la norma del nacionalismo estirado. Es evidente que hay españoles que para nada se sienten identificados con la fiesta de los toros como habrá algún independentista a quien le pueda gustar, pero a nadie se le oculta el pulso secesionista que subyace en el debate.
De todas formas, sigue vigente aquello de que donde esté una buena corrida, que se quite el fútbol… y los toros.
Se ha dicho (y también creo que con razón) que, como las acometidas contra el emblema de Osborne, se trataba en realidad de soltar amarras, de romper vínculos con España. La alternativa del burro catalán, más que descriptiva, siempre me pareció sintomática del sentido del humor del noreste peninsular, una excepción frente a la norma del nacionalismo estirado. Es evidente que hay españoles que para nada se sienten identificados con la fiesta de los toros como habrá algún independentista a quien le pueda gustar, pero a nadie se le oculta el pulso secesionista que subyace en el debate.
De todas formas, sigue vigente aquello de que donde esté una buena corrida, que se quite el fútbol… y los toros.
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