No es traidor, no, ni avisador tampoco; es idiota. Si la policía encuentra pruebas de la culpabilidad de un sospechoso, ¿avisaría con un anuncio en prensa que se va a dictar contra él orden de busca y captura?
Lo de repartir la carga de la crisis y redistribuir la riqueza –al igual que la progresividad fiscal- está muy bien, pero en este caso, dejando de lado las posibles dosis de ingenuidad, no va más allá de una política de gestos y de buenas intenciones, esas de las que está empedrado el camino del infierno. Se ha sabido que la fuga de capitales en España no tiene parangón. Otra vez somos diferentes, como en la década de los setenta cuando una gran evasión de capital, camino de Suiza, dejó al país exhausto, sin recursos financieros. A Zapatero, hecho un bandolero de la vieja escuela o un nuevo Robin Hood, le ha dado por proclamar que les va a subir los impuestos a los ricos. Para que también lloren. Los banqueros están asustados porque se llevan los depósitos a Alemania y encima, esta vez, de forma absolutamente legal. Con la boca pequeña recuerdan, perplejos, que medidas de ese tipo –como una devaluación de la moneda- no se anuncian: se hacen directamente. El dinero sólo busca el interés y la seguridad, mientras Zapatero pretende darle alguna satisfacción al sector más izquierdista de sus bases, tan vapuleado últimamente. La idea no es mala pero la consecuencia podría ser que, una vez pongan los ricos la pasta a buen recaudo, aumente la presión sobre pensionistas y asalariados.
Se dice que al expropiarse Rumasa Alfonso Guerra dictaminó aquello de «hala, to pal pueblo», pero a mí esta repartición me recuerda a aquel pobre de pedir al que preguntaron lo que haría si le tocase la lotería. Después de hacer inventario de lo que pensaba comprar, le plantearon si no daría algo a los pobres. Respondió: «para los pobres, mierda». Pues eso, todo apunta a que para los ricos será amagar y no dar y para los pobres, más mierda.
Lo de repartir la carga de la crisis y redistribuir la riqueza –al igual que la progresividad fiscal- está muy bien, pero en este caso, dejando de lado las posibles dosis de ingenuidad, no va más allá de una política de gestos y de buenas intenciones, esas de las que está empedrado el camino del infierno. Se ha sabido que la fuga de capitales en España no tiene parangón. Otra vez somos diferentes, como en la década de los setenta cuando una gran evasión de capital, camino de Suiza, dejó al país exhausto, sin recursos financieros. A Zapatero, hecho un bandolero de la vieja escuela o un nuevo Robin Hood, le ha dado por proclamar que les va a subir los impuestos a los ricos. Para que también lloren. Los banqueros están asustados porque se llevan los depósitos a Alemania y encima, esta vez, de forma absolutamente legal. Con la boca pequeña recuerdan, perplejos, que medidas de ese tipo –como una devaluación de la moneda- no se anuncian: se hacen directamente. El dinero sólo busca el interés y la seguridad, mientras Zapatero pretende darle alguna satisfacción al sector más izquierdista de sus bases, tan vapuleado últimamente. La idea no es mala pero la consecuencia podría ser que, una vez pongan los ricos la pasta a buen recaudo, aumente la presión sobre pensionistas y asalariados.
Se dice que al expropiarse Rumasa Alfonso Guerra dictaminó aquello de «hala, to pal pueblo», pero a mí esta repartición me recuerda a aquel pobre de pedir al que preguntaron lo que haría si le tocase la lotería. Después de hacer inventario de lo que pensaba comprar, le plantearon si no daría algo a los pobres. Respondió: «para los pobres, mierda». Pues eso, todo apunta a que para los ricos será amagar y no dar y para los pobres, más mierda.
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