La alta cocina anda excitando las bajas pasiones. Aunque no se había manifestado la opinión de Santamaría de una manera tan ruidosa, era palmario que había mucha gente que participaba de ella. No entiendo a qué viene ahora tanto rasgarse las vestiduras. ¿Porque una de las vacas sagradas se ha metido con otra punta del ganado? Hace unos años, Els Joglars pusieron en escena una obra, El retablo de las maravillas, en la que, en distintas variaciones sobre el entremés (vaya por Dios) cervantino, se ponía en tela de juicio, entre otras cosas, el arte de vanguardia y la cocina de autor. El papanatismo y el miedo a ser señalados como ignorantes (o como judios, en la obra de Cervantes y en la historia que igualmente contó el Infante don Juan Manuel por boca del conde Lucanor) impedían denunciar la vacuidad y la estafa. En el restaurante que Boadella sacaba a escena también se vendía humo.
Investigar sí, creatividad toda la que se quiera, pero –si puede ser- sin tomaduras de pelo. Aunque siempre habrá quien piense que, mientras haya snobs (recordaba Ortega y Gasset en La Rebelión de las masas que el origen de la palabra se sitúa en Inglaterra, cuando en las listas de vecinos se usaba como una abreviatura de sine nobilitate) con pasta y masoquismo suficientes como para prestarse a hacer de cobayas, allá cada cual.
No obstante, tampoco creo que esa idea, que Santamaría ya había expresado en la última edición de Madrid Fusión, se pueda aplicar de forma indiscriminada. Los guisos son cojonudos para la semana, el cocido de mi madre es de lo más sabroso que he probado, ahora bien reducir todo a la realidad garbancera no resulta enriquecedor, original, ni tampoco tiene demasiado fundamento. El rey no está siempre desnudo y pregonarlo así no es, por tanto, una prueba de valor sino de lo injusto que suele ser lo de ponerse a generalizar.
¿Por qué esa tendencia a situarnos en posturas aparentemente irreconciliables, en maximalismos artificiosos? El producto y la imaginación no se niegan mutuamente. Sano es el debate y sano debe ser el contenido del plato. No tiene sentido andar dándole vueltas si, como la venganza, se debe servir frío o caliente. Todo tiene su momento y cada cosa a su tiempo.
Investigar sí, creatividad toda la que se quiera, pero –si puede ser- sin tomaduras de pelo. Aunque siempre habrá quien piense que, mientras haya snobs (recordaba Ortega y Gasset en La Rebelión de las masas que el origen de la palabra se sitúa en Inglaterra, cuando en las listas de vecinos se usaba como una abreviatura de sine nobilitate) con pasta y masoquismo suficientes como para prestarse a hacer de cobayas, allá cada cual.
No obstante, tampoco creo que esa idea, que Santamaría ya había expresado en la última edición de Madrid Fusión, se pueda aplicar de forma indiscriminada. Los guisos son cojonudos para la semana, el cocido de mi madre es de lo más sabroso que he probado, ahora bien reducir todo a la realidad garbancera no resulta enriquecedor, original, ni tampoco tiene demasiado fundamento. El rey no está siempre desnudo y pregonarlo así no es, por tanto, una prueba de valor sino de lo injusto que suele ser lo de ponerse a generalizar.
¿Por qué esa tendencia a situarnos en posturas aparentemente irreconciliables, en maximalismos artificiosos? El producto y la imaginación no se niegan mutuamente. Sano es el debate y sano debe ser el contenido del plato. No tiene sentido andar dándole vueltas si, como la venganza, se debe servir frío o caliente. Todo tiene su momento y cada cosa a su tiempo.
1 comentario:
Un punto de vista interesante, que comparto.
Pero, insisto: no me pillan en otra como aquélla :D
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