Falange se querella contra el juez Garzón por querer abrir tumbas (valga la simplificación extrema), el Frente Popular hace lo propio contra el juez Varela por pretender que sigan cerradas (repito lo anterior con mucho mayor grado de falsedad) y, mientras los medios de la derecha le atizan sin miramiento, los partidarios de don Baltasar organizan recogidas de firmas, manifestaciones, encierros y actos de desagravio. Entre todos están consiguiendo que vuelvan banderas victoriosas a las barricadas.
Unos y otros (sobre todo, los segundos) ignoran las demás causas abiertas, la intervención de conversaciones de procesados de la Gürtel con sus abogados y el archivo de una denuncia contra el BSCH después de que Botín hiciera de productor y mecenas de sus bolos por universidades americanas (cito el hecho; no digo que haya causa-efecto), para centrarse en la cuestión, mucho más mediática y divertida, del franquismo. Después de leer por encima el auto de su señoría en el que inadmitió a trámite la denuncia contra Carrillo por los sucesos de Paracuellos, y considerando que su ecuánime sentido de la justicia le impediría usar dos varas de medir, tengo por cierto que, más allá de determinadas actuaciones represoras con víctimas concretas, su intención inicial era la de abrir un proceso global al Régimen, a los 34 años que estuvo en el poder y a los casi tres de meritorio. Aunque hay cosas que uno no acaba de entender, como la búsqueda de los restos de García Lorca en contra de los deseos expresados por sus deudos, lo de la Memoria Histórica y las exigencias de reparación por parte de familiares me parece muy bien; pero creo que esto es harina de otro costal. Garzón quiso hacerse un homenaje erigiendo un monumento a su vanidad. Lo que le perdió fue su irrefrenable capacidad de regatearse a sí mismo y disparar a su portería al pedir estrafalarios certificados de defunción de militronchos fallecidos, para sonrojo de sus propios partidarios. Ha utilizado la Audiencia Nacional como un juego de mesa y un laboratorio de experimentos procesales y ha puesto en ridículo a la judicatura. No descartaría que, por una vez, hubiera algo de ajuste de cuentas corporativo. No podrá levantar a los muertos pero lo que hay que reconocerle a este hombre es su capacidad para resucitar los fantasmas del pasado. Es como un arbitro tarjetero y broncoso con tal afán de protagonismo que acaba por cargarse los partidos.
En el día de hoy, sueltos y armados ambos ejércitos, las tropas enfrentadas toman de nuevo posiciones militares. La guerra continúa.
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