lunes, 20 de febrero de 2012

Hablamos de sexo

Salvo un uso figurado, casi metafórico («el eterno femenino», «un hombre muy masculino»), femenino y masculino son género, accidente gramatical, no sexo. Pero es que hemos acabado confundiendo los términos y haciéndolos intercambiables. Dentro de poco, podremos hablar de «generador de pollos» en vez de «sexador de pollos», trabajadoras del género, enfermedades de transmisión genérica o capitán sexual. Si discutir del sexo de los ángeles dio pie, en Bizancio, a inacabables y complejas controversias, ¡cuánto más difícil hubiera sido abordar la cuestión de a qué género pertenecían!
En 2004, con motivo de la preparación de la Ley de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género, el gobierno pidió un informe a la Real Academia sobre el término. El dictamen, elaborado por Antonio Muñoz Molina, no pudo ser más concluyente: El uso de «género» en lugar de «sexo» procedía de un préstamo del inglés, una traducción literal y errónea de «gender», ya que «sex» únicamente hace referencia a las relaciones sexuales. En ese idioma no existe el concepto de género gramatical y los objetos, al contrario que en español, no tienen esa característica. El gobierno, al decidir la redacción definitiva de la Ley, ignoró la autoridad lingüística de la RAE y se plegó a la presión de colectivos feministas (¿y frígidos?). El sexo vuelve a ser tabú.
El 10-4-08 publicaba El País un artículo de Javier Rodríguez Marcos sobre la posibilidad de cambiar el nombre del Congreso para que fuese «de los Diputados y las Diputadas». Recordaba el articulista que en las lenguas románicas el masculino es el llamado género no marcado, es decir, que abarca a individuos de los dos sexos y servía no solo para los seres humanos sino también para los animales, de tal manera que cuando alguien dice que el oso es una especie en peligro de extinción incluye tanto a machos como a hembras. Citaba, además, a Ignacio Bosque, miembro de la RAE, quien consideraba el desdoblamiento artificioso y ridículo: «… no responde más que a una simple regla gramatical. La misma que funciona cuando se coordinan un sustantivo masculino y uno femenino. En “Juan y María han ido juntos”, “juntos” es un masculino plural: “Así es el idioma, no hay otra forma de decirlo”». De la misma opinión era Mercedes Bengoechea, decana de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Alcalá de Henares y estudiosa del sexismo en el lenguaje.
Lo que pasa es que cuando una cuestión extraña al debate político es prohijada por un bando, este y el contrario toman partido y ya no hay manera de discutirla racionalmente. El alineamiento releva de la necesidad de allegar argumentos: ya vienen elaborados y deglutidos de antemano. Esto explica que cuando Ana Mato, al poco de tomar posesión de su Ministerio, eludió referirse a la violencia de género y usó otra terminología, hubo quien se escandalizó, como si se hubiera producido un paso atrás en una gigantesca conquista social.
¿Así que sexo M, F? En catalán estaría claro (mascle, femella) o en francés (mâle, femelle) y en inglés también si no fuera porque ahí sí es género (male, female), pero en español… (¿macho y fémina?, ¿mengano y fulana?). Melonadas y futilidades.
P.D. Menos de quince días después de publicar este post, la RAE aprobó un informe del académico Ignacio Bosque, del que se hicieron eco los primeros El País y ABC, que encendió de nuevo y más que nunca (erre que erre, que no ERE que ERE) la polémica.

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