Lo de la Iglesia con la ciencia es la historia de una relación difícil, tirando a imposible. Algunas veces le pasa lo mismo con la lógica y el sentido común y, entonces, no hay quién la entienda. Es el caso del niño que ha superado una grave anemia congénita gracias a la sangre del cordón umbilical de su hermano, el “bebé medicamento”.
Aquí es pertinente la distinción entre comprender una argumentación y compartir una idea. Lo digo porque se puede dar una cosa sin la otra, las dos simultáneamente o ninguna de ellas. Cualquiera puede entender que requerimientos éticos y filosóficos –además de religiosos- obliguen a la Iglesia a sostener que la medicina ponga todos los medios a su alcance para salvar una vida (o alargarla, y hasta se podría decir que prolongar la agonía) o para que un nasciturus vea la luz. Insisto en que se puede estar de acuerdo o no. Lo que no se le alcanza a cualquiera es el motivo por el que no se haga lo humanamente posible por tratar a una persona que ya está en este mundo y que tiene una vida por delante. ¿Por qué la Iglesia –casi diría que atropellando la razón- ha condenado el uso de esa técnica que ha permitido curar al pequeño Andrés? No sé exactamente cómo se lo tomará la parroquia pero me da que muchos practicantes (no necesariamente ATSs o enfermeros, que siempre serían minoría) no demasiado bien. Es cierto que la Iglesia Católica no condena (en este momento) los trasplantes y transfusiones, pero vale el ejemplo para otras confesiones religiosas. El que tenga unos pocos de años y de memoria recordará a las mujeres en España con pañuelo en la cabeza y el velo obligatorio para ir a misa. A buen entendedor, salud. El caso de una iglesia cristiana de Seattle, la Mars Hill Church, es raro: anima a sus fieles al uso de las nuevas tecnologías. Utilizan el iPhone para grabar el sermón y el Twitter para publicar sus comentarios sobre lecturas de la Biblia.
¿De qué sirve pedir perdón a Galileo por obligarle a retractarse más de tres siglos después? ¿A qué viene arrepentirse por haber quemado en la hoguera a Miguel Servet (vale que no fue por la circulación de la sangre –vaya por Dios- sino por un quítame allá esas pajas del misterio de la Trinidad y otras de esa índole) si no han sacado ninguna enseñanza?
Esta semana hemos sabido que el Papa reconoció haber cometido un error en la gestión del asunto Williamson, el obispo negacionista del Holocausto, así como en la revocación de la excomunión de cuatro integristas lefevrianos. En una carta dirigida a otros prelados, cuya existencia desveló el diario conservador italiano Il Foglio y que ha confirmado el Vaticano, Benedicto XVI reconoce que hubo fallos debido a que no se prestó atención a las declaraciones de Williamson y a la repercusión del asunto en Internet. El Sumo Pontífice se comprometió a estar más atento a esta fuente de información.
A este paso, la Iglesia se va a quedar sin doctores y sin estudiantes de medicina.
Aquí es pertinente la distinción entre comprender una argumentación y compartir una idea. Lo digo porque se puede dar una cosa sin la otra, las dos simultáneamente o ninguna de ellas. Cualquiera puede entender que requerimientos éticos y filosóficos –además de religiosos- obliguen a la Iglesia a sostener que la medicina ponga todos los medios a su alcance para salvar una vida (o alargarla, y hasta se podría decir que prolongar la agonía) o para que un nasciturus vea la luz. Insisto en que se puede estar de acuerdo o no. Lo que no se le alcanza a cualquiera es el motivo por el que no se haga lo humanamente posible por tratar a una persona que ya está en este mundo y que tiene una vida por delante. ¿Por qué la Iglesia –casi diría que atropellando la razón- ha condenado el uso de esa técnica que ha permitido curar al pequeño Andrés? No sé exactamente cómo se lo tomará la parroquia pero me da que muchos practicantes (no necesariamente ATSs o enfermeros, que siempre serían minoría) no demasiado bien. Es cierto que la Iglesia Católica no condena (en este momento) los trasplantes y transfusiones, pero vale el ejemplo para otras confesiones religiosas. El que tenga unos pocos de años y de memoria recordará a las mujeres en España con pañuelo en la cabeza y el velo obligatorio para ir a misa. A buen entendedor, salud. El caso de una iglesia cristiana de Seattle, la Mars Hill Church, es raro: anima a sus fieles al uso de las nuevas tecnologías. Utilizan el iPhone para grabar el sermón y el Twitter para publicar sus comentarios sobre lecturas de la Biblia.
¿De qué sirve pedir perdón a Galileo por obligarle a retractarse más de tres siglos después? ¿A qué viene arrepentirse por haber quemado en la hoguera a Miguel Servet (vale que no fue por la circulación de la sangre –vaya por Dios- sino por un quítame allá esas pajas del misterio de la Trinidad y otras de esa índole) si no han sacado ninguna enseñanza?
Esta semana hemos sabido que el Papa reconoció haber cometido un error en la gestión del asunto Williamson, el obispo negacionista del Holocausto, así como en la revocación de la excomunión de cuatro integristas lefevrianos. En una carta dirigida a otros prelados, cuya existencia desveló el diario conservador italiano Il Foglio y que ha confirmado el Vaticano, Benedicto XVI reconoce que hubo fallos debido a que no se prestó atención a las declaraciones de Williamson y a la repercusión del asunto en Internet. El Sumo Pontífice se comprometió a estar más atento a esta fuente de información.
A este paso, la Iglesia se va a quedar sin doctores y sin estudiantes de medicina.
2 comentarios:
pues si se quedan sin ellos, tendrán que promocionar muy deprisa a los de abajo.
como dijo Cela, a los párrocos de provincias los nombrarán Obispos Técnicos Auxiliares de Grado Medio.
Y todo arreglado, oye. :D
Va todo bien?
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