Ya tenemos una nueva escandalera judicial. Cuando se produce algún fallo (error) u horror (como éste) en los palacios de justicia o sus alrededores, todos se olvidan de Montesquieu y van buscando interesadamente culpables en el gobierno o la oposición (según) con la misma ansiedad con que ignoran la separación de poderes y el respeto a las resoluciones judiciales que otras veces reclaman. Tras la muerte de Mari Luz, hemos asistido por enésima vez a la catarata de condenas y de exigencia de reformas para dar solución a una tragedia repetida. Es como una película que ya hemos visto: los mismos argumentos, parecidos actores representando a monstruos desalmados, unas circunstancias de antecedentes judiciales y personales casi calcadas y excusas semejantes. Sólo las elites del intelecto, desde los editoriales de determinados periódicos, advierten de los límites: “la cadena perpetua es anticonstitucional” (juicio, por otro lado, que ni siquiera es compartido por algunos miembros del CGPJ). Eso cuando todavía no hemos averiguado, ni en la teoría ni mucho menos en la práctica, qué coño puede ser eso de la reinserción. Vale, pues que, redimiendo condena, se la dejen a elementos como Santiago del Valle en ciento cincuenta años (y me quedo corto) o que, si de verdad se reeduca y se muestra capaz de reinsertarse, que lo suelten de aquí a treinta años. Y si no, pues nada: sombra y grillos. ¿No es eso de lo que se trata?
La privación de libertad repugna a muchas sensibilidades pero nadie parece dudar que sea necesaria; unos ponen el acento en los asesinos y violadores y otros muestran su preferencia por castigar los delitos de guante blanco: financieros, estafadores, políticos corruptos y, últimamente, promotores inmobiliarios. Si el sistema penal se muestra incapaz de reeducar al presidiario, habrá que modificarlo, pero equiparar la rebaja semiautomática de las condenas a la reinserción (como si fueran créditos universitarios que se conceden por las actividades más peregrinas), a falta de mejores mecanismos y argumentos, es una broma pesada que delata (aunque intenta encubrir y disimular) la escandalosa inutilidad de las actuales estructuras. Por ese camino, que les den champán y langostinos a los presos como pedía De Juana Chaos.
Lo único cierto es que se sigue jodiendo la vida a personas honradas, sin ninguna inclinación a delinquir, que han cometido algún error de poca monta, mientras los verdaderos criminales, gente sin escrúpulos, se aprovechan de las flaquezas del sistema y acaban yéndose de rositas.
En estos debates, como en los de la estructura territorial, nos desayunamos atónitos con el hecho de tener una Constitución más avanzada que la de Francia (por poner un ejemplo) en régimen de libertades y otras inapreciables ventajas. Pero ¿no retuercen la Constitución para hacer de una Nación indivisible e indisolublemente unida, un concepto discutido y discutible, una pluralidad de Naciones, Nacionalidades, Realidades Nacionales, Regiones y No-sé-cuantas-cosas-más? Pues que los artífices del verso jurídico le saquen punta al lápiz, se pongan a hacer los encajes de bolillos que haga falta y dejen de jodernos a los legos con puntilllosidades y estupideces.
¡Ya está bien! Urge dar solución antes de que vuelva a ocurrir, antes de que otro animal acabe con otra Mari Luz.
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