El pasado viernes el Daily Mail publicó un suelto del que rápidamente se hicieron eco los medios de comunicación españoles: Una mujer de 77 años, adicta a las compras, murió en su casa del norte de Inglaterra tras quedar aprisionada bajo una montaña de maletas donde guardaba miles de artículos que había adquirido. Joan Cunnane pasaba horas en las tiendas y tenía la casa tan repleta de objetos que apenas le quedaba espacio suficiente para moverse.
La noticia es llamativa, si bien, a la hora de comentarla, me propongo reprimir mi vena sardónica, habida cuenta lo trágico del desenlace. No se puede hablar de que muriese asfixiada por las 300 bufandas que la señora tenía en su colección, o que le cayera encima el género, desplomándosele con toda la violencia de su peso, con lo que se calificaría la muerte como de violencia de género. Del género tonto. Tampoco cabe referirse a rebajas mortales (de necesidad o de precipitación, que también han sido causa de accidentes graves cuando las avalanchas, en la apertura de la temporada, han arrollado a clientes o a empleados) ni a compras navideñas stricto sensu, puesto que falleció el 26 de diciembre. Lo cierto es que murió por deshidratación al quedar atrapada entre los escombros del derrumbe, prisionera de sus envenenados regalos convertidos en cascotes. Igual que si se hubiera producido un terremoto.
Confieso que gracias al suceso me he enterado de que al síndrome del comprador compulsivo se le llama oniomanía. Es un vicio que cuesta de mantener, porque cuesta, pero te aporta mucho en lo material (es verdad que sólo en lo material) y sirve para suplir carencias de otro tipo, sobre todo afectivas. Se utiliza –por ejemplo- a guisa de sucedáneo del amor.
Es como una muerte por sobredosis, pero sin el como; una metáfora de la sociedad actual en la que cualquier cosa se compra y se vende, donde todo tiene un precio. Es la alegoría, hecha realidad y en cutre, de La Divina Comedia. La señora Cunnane ha sido víctima de sus excesos, de su apasionado amor por las tiendas multiprecio y en el pecado lleva la penitencia. Su monomanía no sólo la llevó a la tumba sino que la enterró en vida. No sé cuál sería su capacidad adquisitiva en términos económicos, pero por lo demás está comprobado que la tenía de Guinness.
La noticia es llamativa, si bien, a la hora de comentarla, me propongo reprimir mi vena sardónica, habida cuenta lo trágico del desenlace. No se puede hablar de que muriese asfixiada por las 300 bufandas que la señora tenía en su colección, o que le cayera encima el género, desplomándosele con toda la violencia de su peso, con lo que se calificaría la muerte como de violencia de género. Del género tonto. Tampoco cabe referirse a rebajas mortales (de necesidad o de precipitación, que también han sido causa de accidentes graves cuando las avalanchas, en la apertura de la temporada, han arrollado a clientes o a empleados) ni a compras navideñas stricto sensu, puesto que falleció el 26 de diciembre. Lo cierto es que murió por deshidratación al quedar atrapada entre los escombros del derrumbe, prisionera de sus envenenados regalos convertidos en cascotes. Igual que si se hubiera producido un terremoto.
Confieso que gracias al suceso me he enterado de que al síndrome del comprador compulsivo se le llama oniomanía. Es un vicio que cuesta de mantener, porque cuesta, pero te aporta mucho en lo material (es verdad que sólo en lo material) y sirve para suplir carencias de otro tipo, sobre todo afectivas. Se utiliza –por ejemplo- a guisa de sucedáneo del amor.
Es como una muerte por sobredosis, pero sin el como; una metáfora de la sociedad actual en la que cualquier cosa se compra y se vende, donde todo tiene un precio. Es la alegoría, hecha realidad y en cutre, de La Divina Comedia. La señora Cunnane ha sido víctima de sus excesos, de su apasionado amor por las tiendas multiprecio y en el pecado lleva la penitencia. Su monomanía no sólo la llevó a la tumba sino que la enterró en vida. No sé cuál sería su capacidad adquisitiva en términos económicos, pero por lo demás está comprobado que la tenía de Guinness.
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