viernes, 30 de enero de 2009

Gilipolleces más o menos cómicas

El Gilipollas era (igual sigue siéndolo) un personaje de la factoría de El Terrat que salía (o sale) en un programa de Buenafuente, a cuenta del cual Jordi Pujol le ha echado una regañina a Andreu por el uso –y quizás abuso- de barbarismos. Entendámonos: “5. m. Ling. Extranjerismo no incorporado totalmente al idioma” (DRAE). Me enteré el viernes pasado –hoy hace una semana- y, como el comentario me llegó escueto, me creó dudas sobre si Buenafuente había regresado a la TV3 que le vio nacer (artísticamente hablando), donde se mantendría el esquema original, o más bien se trataba de que el Honorable (perdón: es la costumbre) estaba haciendo un repaso de asuntos con visión retrospectiva. La cosa era que don Jordi se había quejado de que no tradujera el término “gilipollas”, mientras en la radio se daba –aparte de alternativas catalanizantes para ese nombre- la idea de que el famoso showman se rebautizara como “Bonafont”. En justa correspondencia.
Hace años, cuando veía la tele, frecuentaba los programas de El Terrat, que superaban al resto en humor inteligente. Eso, dirán, es como todas las cosas: va en gustos. Ya. A mí, me parecían especialmente logrados los late shows (perdón, don Jordi, es verdad que se trata de una fea costumbre) Set de Nit, Malalts de Tele, con unos estupendos Toni Soler, Rosa Andreu y Albert Om y las producciones que giraban en torno a Buenafuente, de donde salió gente como José Corbacho o Santi Millán: Una Altra Cosa y La Cosa Nostra. El problema de El Gilipollas no era el nombre sino que ejemplificaba una cierta tendencia a adjudicar lo más zafio, hortera, inculto, sucio y chabacano del paisanaje, a los que, como él o como Palomino –otro comparsa de ese jaez-, hablaban castellano o tenían el acento de Maleni. También estaba la Vicenteta, una cerillera, si mal no recuerdo, vestida de cupletista de la Belle Epoque –no la de Trueba-, tal y como a menudo iba caracterizada Mary Santpere. Vaya, no sé si se acuerdan de la gran Mary Santpere. El papel lo hacía un hombre, con lo que se podía pensar que estaba representando a un travesti. La Vicenteta era basta y venida a menos, ajada, con el rimel permanentemente corrido y la pluma de pavo que le remataba la diadema, mustia. Se expresaba con los giros dialectales y el inconfundible dejo de una valenciana emigrada a Barcelona. Pues a ver si me explico con El Gilipollas: lo interpretaba el mismo actor, David Fernández, que encarnaba a Rodolfo Chikilicuatre. Y es que, a pesar de que toda la troupe era grotesca, estos charnegos tenían un plus de caspa y ridiculez. De todas formas, hay que reconocer que, entonces, el jodío Buenafuente tenía gracia. No sé ahora.
Otro de la farándula catalana que también se refirió a la Cosa Nostra es Boadella; un personaje éste que, seguramente a diferencia del anterior, no resulta del agrado de Pujol, Ubu President. Aunque no siempre fue así: “Un día, a finales de los años 60, tuve que ir precisamente al templo económico de la Cosa Nostra camuflado entonces bajo el reclamo de Banca Catalana. Intentaba aplazar una obsesiva letra que gravitaba sobre el precario presupuesto de Els Joglars. Miseria naturalmente. Allí, me rebotaban de un despacho a otro, hasta que quizá convencidos de que también nos movíamos en el meollo de la cosa se dignaron acompañarme a la tercera planta donde estaba la madriguera del Padrone Signore Jordi.
Apareció entonces un milhombres bajito y cabezudo, cuyas maneras taimadas culminaban en la más genuina sonrisita diferencial. Parecía todo un profesional de la condescendencia y la mueca críptica. Sin mayores preámbulos, acercó su enorme testa al dictáfono, y pasando de todo recato, ordenó a su secretaria que le trajera el «dossier Joglars». ¡Me quedé petrificado! Media docena de titiriteros dedicados entonces a la pantomima, cuyo único capital consistía en nuestros pantys negros, merecíamos todo un dossier. El asunto se ponía emocionante. ¡Nos tenían bajo control!
Lamentablemente, no tuve tiempo de imaginarme demasiadas fantasías sobre el sofisticado espionaje, porque mientras aquel cofrade catalán del doctor No simulaba examinar atentamente el dossier, uno de sus incontrolados tics hizo resbalar sobre la mesa la totalidad del contenido. Eran dos recortes de prensa sobre nuestras actuaciones mímicas en un barrio de Barcelona. Nada más. Ya jugaban a ser nación con servicio secreto incluido.
Automáticamente, comprendí la magnitud de la tragedia, y algún tiempo más tarde, acabé constatándola cuando aquel notable bonsai del dossier, fue elegido hechicero de la tribu después de atracar el Banco, y endosar el marrón a los enemigos naturales de la patria.”
El demoledor y desternillante artículo de Albert Boadella sobre la intelligentsia catalana (El Mundo, 10-3-05), contiene párrafos tan reveladores como éste: “¡Y pensar que ahora podría estar de ministro de cultura en el tripartito...!
Con el tiempo he llegado a la conclusión de que solo una auténtica nimiedad fue la causa que arruinó mi brillante futuro tribal. Francamente, se me hacía difícil soportar de mis conciudadanos esta mueca que hacen con los labios y que pretende dibujar una sonrisa cómplice entre la elite patriótica.
Las sonrisas, en esta latitud del Mediterráneo norte, no han sido nunca sonrisas relajadas y espontáneas; analizándolas con cierto detalle, da la sensación que mientras se mueve la boca se aprieta el culo. Pero aquellas sonrisitas condescendientes (máxima expresión del hecho diferencial) aquellos guiños de etnia superior, ciertamente, tuvieron la virtud de exasperarme. Son muecas crípticas, reservadas solo a los que ostentan el privilegio de pertenecer al meollo del asunto. Se trata, de una contraseña indicativa de los preconcebidos nacionales y que también, obviamente, compromete al mantenimiento de la omertá general.
Estas sonrisitas, ahora triunfantes, pueden encontrarse hoy al por mayor, y muy bien remuneradas, en las tertulias de la tele Autonómica. (...) Por eso, en mis momentos bajos, sigo preguntándome: ¿Cómo pude ser tan insensato de autoexcluirme del festín? ¡Y todo por una puñetera sonrisa étnica!”
Hay otro mago del humor que siempre ha sido santo de mi devoción por sus originales e hilarantes gilipolleces, lo que no implica que haya comulgado con todas sus creaciones ni con su ideario: Almodóvar. Éste sí ha llegado a intelectual orgánico (negociado de la zeja circunfleja) y no se ha malogrado por el camino. De todas formas, me hacía más gracia antes ser domesticado, de convertirse en cineasta del régimen, cuando se le consideraba un pasota carente de compromiso, un ácrata sin implicación política, cuando los del puritanismo crítico de Cahiers du Cinèma, de Dirigido por, los de la Nouvelle vague o el Expresionismo alemán tenían ahijado a Bigas Luna y despreciaban el trabajo de Pedrito (Peedrooo, que chilló Pe como si fuera Heidi). Almodóvar ha perdido –como es lógico- parte de la frescura inicial, aquel candor de sus inicios under; ahora bien, la diferencia con que trata el tema de la violencia machista en su primera y última película es abismal. En Pepi, Luci, Bom una mujer es aporreada por su marido, policía, hasta tenerla que ingresar en el hospital, donde acaba descubriendo(se) el amor masoquista que le profesa. Mientras, en Volver, las sufridas protagonistas se toman la justicia por su mano sin remordimientos ni penalizaciones. Todo es relativo: la primera es gamberra a lo bestia y políticamente incorrecta con ganas, aquello de “si no sabes aguantar una broma, vete a la porra”, que decía Gila. En su última obra se nota que ha evolucionado. O algo así. Ahí es como si los jueces estuvieran en huelga y qué vas a hacer, apañártelas como puedas, por tu cuenta y riesgo.
Por el mismo programa radiofónico (Herrera en la Onda), supe de la concesión del premio “Gilipollas del año” a Federico Jiménez Losantos. El autor del galardón fue El Jueves, siempre en medio. Hay quien asegura que no tiene puta gracia pero si en la Sahada (profesión de fe musulmana, uno de los pilares del Islam) se afirma que Mahoma es el enviado de Dios y defendemos la posibilidad de publicar [inocentes] viñetas cómicas sobre él, cómo no sobre Jiménez Losantos, que no es más que un locutor de la emisora de la Iglesia. Dónde vas a comparar. Ciertamente, tampoco es que nadie haya pretendido lanzar una fetwa contra El Jueves.
En cualquier caso, lo de las gracias a Terra Lliure por el tiro en la cabeza, no lo cojo. A lo mejor es que yo soy cortito, pero cuando un chiste hay que explicarlo, qué quieren que les diga.

1 comentario:

Mike dijo...

Esta sociedad me parece cada vez más histriónica. Tengo 43 años. Veo tantas diferencias, en ese sentido, entre lo que viví de niño y adolescente, con lo que ahora me cuenta mi hija...

Saludos.