Y eso que, cuando la burbuja, llegó a estar por las nubes, pero, ya se sabe, año nueve, vida nueva. Empieza la cuesta de enero con rebajas sobre precios rebajados. Lo nunca visto: una Navidad con deflación. Se vende pero no se compra, entre otras cosas porque no hay un duro de suelto ni de confianza, y quien tiene la pasta (los bancos, en parte porque se lo ha dado el gobierno –o sea, nuestro dinero- en unas condiciones que ya quisiéramos), la retiene y no la suelta.
Martinsa-Fadesa, uno de los primeros en ir a tierra, vende activos con un descuento de hasta el 90% en el valor del suelo y propone a los acreedores cancelar la deuda con terrenos. Y éstos que nanay. La compraventa de viviendas ha caído un 28%. Antes casi no daba tiempo a colgar el cartel, ahora no lo quieren ni regalado. La especulación inmobiliaria, locomotora de nuestra economía en la última década, ha dejado de tirar y ahora a ver quién es el guapo que mueve el carro que nos lo robaron estando de romería. Tanto quejarnos del ladrillo y ya ves. Ni contigo ni sin ti tienen mis males remedio.
El urbanismo ha sido el coño de la Bernarda (con perdón para la Bernarda que debe estar hasta ahí de que se lo toquen, siquiera sea figuradamente) y ha servido de cabeza de turco universal: se le ha echado la culpa hasta de la muerte de Manolete. El sector de la construcción estuvo (y continúa) bajo sospecha. En Marbella encontraron los periodistas de toda laya carnaza y materia para mezclar como nunca lo rosa y lo amarillo. ¡Qué simple parece el asunto! y sin embargo... malo si se construye, malo si no. Malo si los ayuntamientos exigen el cumplimiento de las cargas urbanísticas, puesto que los costes se repercuten a los usuarios finales, incrementando el precio de las viviendas; malo si no, ya que se lo llevan crudo los constructores que ven aumentados sus beneficios. Malo si se liberaliza el suelo porque los constructores hacen su agosto a costa de los pobres labriegos o de cualquier consideración medioambiental; malo si no porque se favorece la especulación: los propietarios lo lanzan al mercado con cuentagotas, la vivienda escasea y los precios se disparan. No te digo nada ahora que la obra se ha parado arrastrando a una voluminosa industria auxiliar y mandando una legión de trabajadores al paro.
Se manejan con demagogia y ligereza conceptos y argumentos a menudo contrapuestos. Se habla de defender la agricultura y el medio ambiente como si fueran una misma realidad, como si estuvieran indisolublemente ligados, cuando ocurre que los agricultores no se distinguen precisamente por sus inquietudes o comportamientos ecológicos. En ellos (como, a lo mejor, en el resto de los mortales) priman los intereses económicos y el resultado a corto plazo.
A la Generalitat Valenciana le echaron un serio rapapolvo en Bruselas por una Ley Urbanística que se había aprobado bajo la presidencia de Joan Lerma. Que no digo yo que no hubiera motivo pero es oportuno conocer someramente su historia. Cuando entró en vigor, la derecha tildó la norma de “confiscatoria” por ser, decían, escasamente respetuosa con el derecho de propiedad. Sus redactores se defendían argumentando que estaba inspirada en el modelo británico de la Thatcher. En cuanto cambió la tortilla y llegó Zaplana al poder, esa misma disposición se convirtió, sin tocarla y por arte de birlibirloque, en el máximo exponente del urbanismo depredador y salvaje. Mientras la izquierda predicaba un modelo de desarrollo racional y ordenado, un crecimiento sostenible del territorio, y denunciaba la corrupción de la derecha y la comunión de intereses de los gobernantes del PP con los constructores, algunos de los satélites inmobiliarios orbitaban en torno a los planetas socialistas, en la constelación de estrellas del PSOE, y le engordaban el culo sirviendo a la financiación ilegal del Partido. Zapatero se compró un chaletito junto al mar en el municipio almeriense de Vera donde no quedaba ni un metro cuadrado de suelo que no fuera urbanizable. Haz lo que yo digo y no hagas lo que yo hago. O consejos vendo que para mí no tengo. Pero de todo hay en ambas viñas del señor. La Ley pretendía acabar con la acaparación especulativa de un suelo que, entonces, no salía al mercado, pero el sistema que introdujo (retribución al urbanizador con terreno, estableciendo un coeficiente de canje) no evitó un vertiginoso incremento de su valor.
No hay tampoco nada nuevo bajo el sol. A quien ignorase el camino, Eduardo Mendoza, en su Ciudad de los prodigios, se lo enseñó clarito y ameno. El PSOE, que dijo que iba a acabar con el problema de la vivienda, lleva cinco años gobernando y el tema está peor que nunca. Supongo que, al menos, ya se habrán dado cuenta que el asunto no se soluciona con una nueva ley y que intervenir en ese mercado no es algo sencillo. Hay mucha majadería y papanatismo en este asunto. No conozco a nadie que no pretenda obtener el precio más alto posible a la hora de vender una vivienda, un terreno o cualquier otra cosa. “Debajo de los adoquines está la playa”, clamaba el Mayo del 68, mítico desmitificador con querencia a las máximas míticas. Entonces se trataba de instar a la retirada de cascotes para usarlos como arma arrojadiza, pero alguien pareció reparar en el hecho de que cubriendo la arena de asfalto, debajo siempre quedaba la playa. O sea, lo dicho pero al revés.
Es complicado hacer un diagnóstico sobre si estas son o no las rebajas de la crisis, porque la etiqueta resulta equívoca, pero mejor que no sea la rebaja del suelo, porque es sinónimo de socavón y Magdalena Álvarez es una especialista. Menos mal que la vivienda no depende de su ministerio, como ha sido tradición en la estructura administrativa española, sino que está bajo la batuta de Beatriz Corredor. De todas formas, se pongan como se pongan los economistas, a la hora de tirar del carro más vale que la cuesta no esté empinada y que los precios estén bajos.
Mi burro es una fiera para el trabajo
como una liebre sube la cuesta abajo.
(Omito el acompañamiento musical, las expresiones jacarandosas y las onomatopeyas que forman parte del estribillo, por innecesarios para la finalidad pretendida.)
Martinsa-Fadesa, uno de los primeros en ir a tierra, vende activos con un descuento de hasta el 90% en el valor del suelo y propone a los acreedores cancelar la deuda con terrenos. Y éstos que nanay. La compraventa de viviendas ha caído un 28%. Antes casi no daba tiempo a colgar el cartel, ahora no lo quieren ni regalado. La especulación inmobiliaria, locomotora de nuestra economía en la última década, ha dejado de tirar y ahora a ver quién es el guapo que mueve el carro que nos lo robaron estando de romería. Tanto quejarnos del ladrillo y ya ves. Ni contigo ni sin ti tienen mis males remedio.
El urbanismo ha sido el coño de la Bernarda (con perdón para la Bernarda que debe estar hasta ahí de que se lo toquen, siquiera sea figuradamente) y ha servido de cabeza de turco universal: se le ha echado la culpa hasta de la muerte de Manolete. El sector de la construcción estuvo (y continúa) bajo sospecha. En Marbella encontraron los periodistas de toda laya carnaza y materia para mezclar como nunca lo rosa y lo amarillo. ¡Qué simple parece el asunto! y sin embargo... malo si se construye, malo si no. Malo si los ayuntamientos exigen el cumplimiento de las cargas urbanísticas, puesto que los costes se repercuten a los usuarios finales, incrementando el precio de las viviendas; malo si no, ya que se lo llevan crudo los constructores que ven aumentados sus beneficios. Malo si se liberaliza el suelo porque los constructores hacen su agosto a costa de los pobres labriegos o de cualquier consideración medioambiental; malo si no porque se favorece la especulación: los propietarios lo lanzan al mercado con cuentagotas, la vivienda escasea y los precios se disparan. No te digo nada ahora que la obra se ha parado arrastrando a una voluminosa industria auxiliar y mandando una legión de trabajadores al paro.
Se manejan con demagogia y ligereza conceptos y argumentos a menudo contrapuestos. Se habla de defender la agricultura y el medio ambiente como si fueran una misma realidad, como si estuvieran indisolublemente ligados, cuando ocurre que los agricultores no se distinguen precisamente por sus inquietudes o comportamientos ecológicos. En ellos (como, a lo mejor, en el resto de los mortales) priman los intereses económicos y el resultado a corto plazo.
A la Generalitat Valenciana le echaron un serio rapapolvo en Bruselas por una Ley Urbanística que se había aprobado bajo la presidencia de Joan Lerma. Que no digo yo que no hubiera motivo pero es oportuno conocer someramente su historia. Cuando entró en vigor, la derecha tildó la norma de “confiscatoria” por ser, decían, escasamente respetuosa con el derecho de propiedad. Sus redactores se defendían argumentando que estaba inspirada en el modelo británico de la Thatcher. En cuanto cambió la tortilla y llegó Zaplana al poder, esa misma disposición se convirtió, sin tocarla y por arte de birlibirloque, en el máximo exponente del urbanismo depredador y salvaje. Mientras la izquierda predicaba un modelo de desarrollo racional y ordenado, un crecimiento sostenible del territorio, y denunciaba la corrupción de la derecha y la comunión de intereses de los gobernantes del PP con los constructores, algunos de los satélites inmobiliarios orbitaban en torno a los planetas socialistas, en la constelación de estrellas del PSOE, y le engordaban el culo sirviendo a la financiación ilegal del Partido. Zapatero se compró un chaletito junto al mar en el municipio almeriense de Vera donde no quedaba ni un metro cuadrado de suelo que no fuera urbanizable. Haz lo que yo digo y no hagas lo que yo hago. O consejos vendo que para mí no tengo. Pero de todo hay en ambas viñas del señor. La Ley pretendía acabar con la acaparación especulativa de un suelo que, entonces, no salía al mercado, pero el sistema que introdujo (retribución al urbanizador con terreno, estableciendo un coeficiente de canje) no evitó un vertiginoso incremento de su valor.
No hay tampoco nada nuevo bajo el sol. A quien ignorase el camino, Eduardo Mendoza, en su Ciudad de los prodigios, se lo enseñó clarito y ameno. El PSOE, que dijo que iba a acabar con el problema de la vivienda, lleva cinco años gobernando y el tema está peor que nunca. Supongo que, al menos, ya se habrán dado cuenta que el asunto no se soluciona con una nueva ley y que intervenir en ese mercado no es algo sencillo. Hay mucha majadería y papanatismo en este asunto. No conozco a nadie que no pretenda obtener el precio más alto posible a la hora de vender una vivienda, un terreno o cualquier otra cosa. “Debajo de los adoquines está la playa”, clamaba el Mayo del 68, mítico desmitificador con querencia a las máximas míticas. Entonces se trataba de instar a la retirada de cascotes para usarlos como arma arrojadiza, pero alguien pareció reparar en el hecho de que cubriendo la arena de asfalto, debajo siempre quedaba la playa. O sea, lo dicho pero al revés.
Es complicado hacer un diagnóstico sobre si estas son o no las rebajas de la crisis, porque la etiqueta resulta equívoca, pero mejor que no sea la rebaja del suelo, porque es sinónimo de socavón y Magdalena Álvarez es una especialista. Menos mal que la vivienda no depende de su ministerio, como ha sido tradición en la estructura administrativa española, sino que está bajo la batuta de Beatriz Corredor. De todas formas, se pongan como se pongan los economistas, a la hora de tirar del carro más vale que la cuesta no esté empinada y que los precios estén bajos.
Mi burro es una fiera para el trabajo
como una liebre sube la cuesta abajo.
(Omito el acompañamiento musical, las expresiones jacarandosas y las onomatopeyas que forman parte del estribillo, por innecesarios para la finalidad pretendida.)
1 comentario:
Me compadezco de verdad de los que comenzaron pagando 700 € de hipoteca y ahora la doblan.
Ymadínate cuantos cientos de miles de tragedias...
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