Al saberse de la campaña agnóstica en los autobuses urbanos de Madrid, Manuel Martín Ferrand ha rememorado a Luis Buñuel en aquella antológica frase, tan castiza, de «Soy ateo, gracias a Dios». A mí, esa asertiva declaración del ilustre calandino, contundente como los tambores de la “rompida” de su pueblo, me transporta a las irónicas afirmaciones de algunos gitanos cuando aseguran no ser supersticiosos porque trae mala suerte, o a esos vivas emocionados que se dan a la Virgen de una determinada advocación o lugar y que se remachan con una sonora blasfemia, o a aquello que decía uno que, tras ser preguntado si era de ésta o aquella religión, confesaba: «Conque no soy católico, que es la única religión verdadera, ¿cómo voy a ser de otra?» Semeja eso tan español de conjugar lo devoto y lo anticlerical, lo de ir siempre con los curas, o delante con la vela o detrás con el palo, o lo de llevar a menudo un Cristo al hombro, bien sea sacándolo en procesión, bien para arrojarlo al río.
En BUP tenía yo un profesor de Religión que afirmaba que quien carecía de fe estaba tullido, medio incapacitado; era como si le faltara algo, como si le hubieran amputado un miembro. Cuando se lo contábamos al de Literatura –un descreído algo jactancioso- replicaba tocándose ambos brazos y bajando las manos a la entrepierna, oculta por la mesa, ante los asentimientos cómplices y festivos del alumnado: «Pues yo no noto que me falte de nada.» Por eso, el tema me recuerda más que al célebre aragonés a ese gran vasco (y por lo tanto español) que fue Unamuno. Don Miguel, en aquel famoso discurso improvisado del “venceréis pero no convenceréis”, tuvo el arrojo de llamarle mutilado a Millán Astray a la cara: «El general Millán Astray es un inválido. No es preciso que digamos esto con un tono más bajo… Me atormenta el pensar que el general Milán Astray pudiera dictar las normas de la psicología de la masa. Un mutilado que carezca de la grandeza espiritual de Cervantes, es de esperar que encuentre un terrible alivio viendo cómo se multiplican los mutilados a su alrededor.» Todo un carácter. Pero, sobre todo, me lo recuerda el hecho de que para él, eso de negar a Dios haciendo un llamamiento simultáneo al disfrute de la vida, hubiera constituido un sinsentido enorme, una contradicción en términos como las de arriba, un (ya que fue catedrático de Griego en Salamanca) oxímoron desgarrador: «Pero ahora acabo de oír el necrófilo e insensato grito ¡Viva la muerte! Y yo, que he pasado mi vida componiendo paradojas que excitaban la ira de algunos que no las comprendían, he de deciros, como experto en la materia, que esta ridícula paradoja me parece repelente.»
Unamuno dejó escrito que “los españoles somos católicos, sepámoslo o no lo sepamos, queriéndolo o sin quererlo, y aunque alguno de nosotros presuma de racionalista o de ateo”. En su obra Del sentimiento trágico de la vida expresó cómo se manifestaba su enorme vitalismo precisamente gracias a la fe. Creer (que para él era querer creer) era lo que le permitía afirmar la vida: “Robespierre hace declarar a la Convención la existencia del Ser Supremo y ‘el principio consolador de la inmortalidad del alma’, y es que el Incorruptible se aterra ante la idea de tener que corromperse un día.” Hasta el goce mundano encontraba fundamento en su arrebatada pasión: “Y así es; ni los eunucos sabrán nunca estética aplicada a la selección de mujeres hermosas, ni los puros racionalistas sabrán ética nunca, ni llegarán a definir la felicidad, que es una cosa que se vive y se siente, y no una cosa que se razona y se define.”
Su espíritu contradictorio y atormentado le inspiró una Oración del ateo, que (auto)cita en ese libro: “Sufro yo a tu costa,/ Dios no existente, pues si tú existieras/ existiría yo también de veras”. Dejé escrito, un par de posts más abajo, que “la única explicación sensata para la obsesión de recuperar cuerpos es de carácter religioso y viene ligada, como no podía ser de otro modo, a cuestiones de ultratumba.” Pues, esto señalaba Unamuno: “El gorila, el chimpancé, el orangután y sus congéneres deben de considerar como un pobre animal enfermo al hombre, que hasta almacena sus muertos. ¿Para qué?”
En BUP tenía yo un profesor de Religión que afirmaba que quien carecía de fe estaba tullido, medio incapacitado; era como si le faltara algo, como si le hubieran amputado un miembro. Cuando se lo contábamos al de Literatura –un descreído algo jactancioso- replicaba tocándose ambos brazos y bajando las manos a la entrepierna, oculta por la mesa, ante los asentimientos cómplices y festivos del alumnado: «Pues yo no noto que me falte de nada.» Por eso, el tema me recuerda más que al célebre aragonés a ese gran vasco (y por lo tanto español) que fue Unamuno. Don Miguel, en aquel famoso discurso improvisado del “venceréis pero no convenceréis”, tuvo el arrojo de llamarle mutilado a Millán Astray a la cara: «El general Millán Astray es un inválido. No es preciso que digamos esto con un tono más bajo… Me atormenta el pensar que el general Milán Astray pudiera dictar las normas de la psicología de la masa. Un mutilado que carezca de la grandeza espiritual de Cervantes, es de esperar que encuentre un terrible alivio viendo cómo se multiplican los mutilados a su alrededor.» Todo un carácter. Pero, sobre todo, me lo recuerda el hecho de que para él, eso de negar a Dios haciendo un llamamiento simultáneo al disfrute de la vida, hubiera constituido un sinsentido enorme, una contradicción en términos como las de arriba, un (ya que fue catedrático de Griego en Salamanca) oxímoron desgarrador: «Pero ahora acabo de oír el necrófilo e insensato grito ¡Viva la muerte! Y yo, que he pasado mi vida componiendo paradojas que excitaban la ira de algunos que no las comprendían, he de deciros, como experto en la materia, que esta ridícula paradoja me parece repelente.»
Unamuno dejó escrito que “los españoles somos católicos, sepámoslo o no lo sepamos, queriéndolo o sin quererlo, y aunque alguno de nosotros presuma de racionalista o de ateo”. En su obra Del sentimiento trágico de la vida expresó cómo se manifestaba su enorme vitalismo precisamente gracias a la fe. Creer (que para él era querer creer) era lo que le permitía afirmar la vida: “Robespierre hace declarar a la Convención la existencia del Ser Supremo y ‘el principio consolador de la inmortalidad del alma’, y es que el Incorruptible se aterra ante la idea de tener que corromperse un día.” Hasta el goce mundano encontraba fundamento en su arrebatada pasión: “Y así es; ni los eunucos sabrán nunca estética aplicada a la selección de mujeres hermosas, ni los puros racionalistas sabrán ética nunca, ni llegarán a definir la felicidad, que es una cosa que se vive y se siente, y no una cosa que se razona y se define.”
Su espíritu contradictorio y atormentado le inspiró una Oración del ateo, que (auto)cita en ese libro: “Sufro yo a tu costa,/ Dios no existente, pues si tú existieras/ existiría yo también de veras”. Dejé escrito, un par de posts más abajo, que “la única explicación sensata para la obsesión de recuperar cuerpos es de carácter religioso y viene ligada, como no podía ser de otro modo, a cuestiones de ultratumba.” Pues, esto señalaba Unamuno: “El gorila, el chimpancé, el orangután y sus congéneres deben de considerar como un pobre animal enfermo al hombre, que hasta almacena sus muertos. ¿Para qué?”
A mí, esa movida de los anuncios lo que me causa es extrañeza; que alguien se gaste la pasta en semejante proselitismo me llama poderosamente la atención. Al menos han tenido el buen sentido de conceder el beneficio de la duda. Sin embargo, tal y como está redactado hubiera sido más correcto emplear el subjuntivo (“Probablemente Dios no exista”) ya que “que manifiesta lo expresado por el verbo con marcas que indican la subjetividad” (DRAE). El Diccionario de la Lengua Española Vox señala que el subjuntivo “no atribuye realidad objetiva a la acción, sino sólo la existencia en la mente del que habla. En latín y en español expresa acción dudosa, posible, necesaria o deseada.” Si anteponen el adverbio “probablemente”, su uso parece obligado. Creo. Pero ya que no de lo divino, mucho menos vamos a discutir por el modo o el tiempo (verbal). Cada uno puede decir lo que quiera y como le apetezca. Gracias a Dios.
4 comentarios:
Coincido. Gracias a Dios.
Yo hago gala de un agnosticismo muy acusado, pero me parece una solemne tontería gastarse un dineral en publicidad ¿para qué?, ¿para hacer del ateísmo una religión más?... porque el objetivo de la publicidad es expandir una idea o vender un producto.
¿Se atreverían a poner Ala probablemente no existe?
Con toda seguridad no, pero si encima pretendieran hacer otro tanto en países de mayoría musulmana...
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