jueves, 10 de abril de 2008

Entran bascas de oír según qué cosas

Con la firma de Javier Rodríguez Marcos publica hoy El País un artículo titulado “Ni vascos y vascas, ni diputados y diputadas” y subtitulado “Crecen las alternativas para evitar el masculino a pesar de la Academia - El nuevo Congreso se enfrenta a una moción para cambiar su nombre”. Empieza preguntándose el articulista si “tienen sexo las palabras o, simplemente, género”.
Sí hombre, ¡faltaría más!, y las letras también. No hay que echarle mucha imaginación al asunto para representarnos gráficamente la erótica de algunas, sobre todo mayúsculas. Si se puede hablar del sexo de los ángeles, ¿por qué no del de las palabras? Claro que también se habla de la violencia de género cuando habríamos de referirnos a la violencia de sexo (o machista si se quiere), por lo que cabe concluir que ambos términos son intercambiables. Hablar de violencia sexual podría sugerir otra cosa, pero menos atinado sería referirse a violencia general. Así que podemos acabar diciendo “generador de pollos” en vez de “sexador de pollos” y hablar de trabajadoras del género, enfermedades de transmisión genérica o capitán sexual.
La incorporación de la mujer a trabajos tradicionalmente reservados a hombres ha propiciado ese desdoblamiento, pero la cuestión es distinta y viene, a mi juicio, asociada a la problemática de las estructuras lingüísticas –y sobre todo mentales- de la corrección política. ¿O acaso no han existido las españolas desde... (bueno desde hace mucho: no es mi intención comparar aquí la antigüedad de su linaje con el de las vascas)?
Quizás no prospere el término “cancillera” para Merkel, como dice Mercedes Bengoechea, pero apuesto a que a la siguiente ya se la denomina así con la mayor naturalidad. Por cierto, a pesar de que no lo admita el DRAE, el corrector ortográfico del Word no lo subraya. Si sale elegida Hillary no habrá mayor problema porque en inglés no hay diferencia, pero lo bueno será ver cómo se “traduce” lo de la primera dama. ¿El primer caballero? No creo.
Cabría matizar al profesor Bosque que, si se generaliza el uso (del vocablo), el matrimonio pasaría a definirse como la “unión legal de dos personas” y sobrará aclarar su sexo (del mismo o de distinto, como dice el filólogo) por innecesario, redundante y tautológico.
Tampoco me parece que las mujeres se deban sentir ofendidas por el plural en masculino. No sólo rige la ley del mínimo esfuerzo sino también una elemental eufonía: “compañeros y compañeras” es cacofónico. Lo que resulta ridículo (y antes que nada, impronunciable) es la barra para separar las terminaciones de género o el símbolo de la arroba. Se llega a caer en excesos, en experimentos grotescos: ¿Quién no recuerda las “jóvenas” a las que apelaba Carmen Romero?
Una cosa es el sexismo discriminatorio y otra los usos lingüísticos. ¿Un ejemplo? En árabe, la conjugación de los verbos es distinta para el masculino y el femenino, en singular y en plural (e incluso en dual) y hasta existe un pronombre de segunda persona del singular, femenino, del que carecen las lenguas occidentales. ¿Alguien en su sano juicio afirmaría que las sociedades árabes son más avanzadas en el terreno de la igualdad de sexos (o en algún otro) que las anglo-parlantes, que las francófonas, que la europea o la española (la sociedad, no la española esa que cuando besa...)?
Respecto al cambio de nombre para el Congreso de los Diputados (y las Diputadas), se me ocurren muchas posibilidades, pero eso es harina de otro costal. O a lo mejor no...

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