lunes, 16 de febrero de 2009

Muerte a la carta

La pasada semana, ya sabemos con qué antecedentes, la edición digital de 20 minutos lanzaba esta noticia: “Más de 60.000 españoles han hecho testamento vital para decir cómo morir”. Bueno, mucho decir es eso.
Sin adentrarse en eutanasias ni otros mares, lo primero que a uno le produce esa noticia es una gran extrañeza: Que una persona le explique a otra del mal que se tiene que morir equivale a soltarle el peor de los exabruptos, a lanzarle la más fiera diatriba, algo de una agresividad verbal extrema. Ciertamente la gente se muere –nos morimos- de algún mal, nunca de nada bueno, ¿y ahora van 60.000 fulanos y piden u ofrecen un adelanto…? Pues vaya. Miguel de Unamuno dejó claro que entre las mayores tragedias del ser humano estaba la capacidad de anticipar la muerte, en el sentido de tener certidumbre absoluta de ella. Conocer su causa o momento ya es la releche de jodido.
Insisto, al final será lo que Dios quiera, pero entretanto todos elegiríamos –así en principio- morir tarde, quiero decir viejos, y antes morir que perder la vida y mucho menos que te la quiten. Según el enunciado, a mí, ese plan de muerte, ese designio macabro, me suena a ofrecimiento de tapas: tengo gambas, chipirones, bravas, calamares, sepia o salpicón. Para que nos entendamos, he hecho un somero inventario de las posibilidades que tendría el menú:
—Por falta de riego, de abono, de cuidados, de aire, de sol, de atención, porque le ha llegado a uno su hora.
—Con fe, con falta de fe, con dolor, con ansiedad, con preocupación, con tranquilidad, con pánico, con dolor, con temor, con indiferencia (éste es raro de los cojones), consciente, con plenitud de facultades, con todo arreglado, con asuntos pendientes, con inquietud, con esperanza, con desesperación, con mucha pasta o en la indigencia.
—En la cama, en la bañera, en el recibidor, ante el televisor, en la calle, en el trabajo, en el bar, en la batalla, en soledad, en compañía, en guerra, en paz.
—De día, de noche, entre dos luces, de accidente, de enfermedad, de viejo, de estar vivo, que es lo único que hace falta para morirse, de muerte natural, de repente, de frío, de miedo, de pena, de asco, de sueño, de amor, de aburrimiento, de envidia, de cansancio, de risa, de gusto.
Esto es como lo que dice un amigo cuando vamos a un bar. Una vez se digna atendernos el camarero (y se desengaña de que formemos parte de la decoración del local, según este mismo amigo), en vez de pedir una caña, un cortado, un carajillo o un Trinaranjus, a la pregunta de «¿qué quieres?», últimamente le da por responder: «una muerte ligerica».
Pues eso coño. ¿Qué más se puede pedir?

1 comentario:

Mike dijo...

Yo he pensado alguna vez que lo único que pediría sería una muerte sin enterarme. Durmiendo, por ejemplo.

Pero bueno. Que sea lo que sea.