—¿Y ahora qué?
Si el Presidente no tiene respuestas, si está vacío de ideas, huero de ilusiones, carente de proyectos, sin claridad en los principios o las prioridades, la oposición está obligada a reaccionar. A ZP ya no le queda credibilidad o reflejos, porque ni siquiera entre los algodones de Milá se veía seguro. Es algo más que síntomas de agotamiento, es que está totalmente desfondado.
—¿Y ahora qué, señor Rajoy?
También es verdad que lo de este electorado resulta complejo: de aquí a cuando haya que decidir, se le habrá olvidado todo. Eso si no nos hemos ido antes al carajo. Porque si seguimos esperando a que estén dispuestos a tomar el relevo, a que se encuentren ustedes preparados, apaga y vámonos. El clima es de resignación, de temor a cambiar a peor, aunque parezca imposible, de que más vale malo conocido y Virgencita que me quede como estoy. Por lo que se ve, su remedio se le antoja al personal peor que la enfermedad que padece. Porque si malas son las respuestas de Zapatero, qué podemos decir de las suyas que ni siquiera se oyen. ¿No les da vergüenza? Y ya no lo digo por mí, que estoy descreído de todos desde que tengo memoria, sino por los que necesitan alguien al que agarrarse. Producen ustedes una curiosa mezcla de risa y miedo.
—¿Y ahora qué hacemos, señor Rajoy?
El gobierno asume su incapacidad para vérselas con la crisis y reconoce el desastre de sus propias previsiones, las mismas que calificaban de desastrosas las previsiones del Partido Popular cuando preveía un desastre económico inmediato. Y vale ya de juegos de palabras. Zapatero le echa la culpa a setenta asesores y se queda tan ancho él y tan campantes ellos, que no los manda al paro para no incrementar las estadísticas de destrucción de empleo. Igual que hace Magdalena con el caos circulatorio, José Luis entona un mea culpa en tono menor y sube el volumen para acusar a los profesionales por el fallo en la predicción y eludir él responsabilidades. Nos recetan confianza pero ¿cómo vamos a tener fe en un gobierno que tanto ha blasonado de laicismo? Ante una sensación, como ésta, de parálisis, de pánico, de inutilidad gubernamental para liderar la recuperación, el partido que se pretende alternativa de poder debería estar presto a dar respuestas y esperanzas a la sociedad, a aportar soluciones. Y sin embargo, está con sus líos, sus rollos y sus cuitas. ¡Vaya nulidades! ¿Exigir el adelanto electoral? Pues tal y como está su patio, lo llevan claro.
—¿Y ahora qué hacemos, señor Rajoy, a quién nos encomendamos?
¿No sería el momento –éste de la crisis de todos y de la de ustedes- de dejarse de tontunas y de seguir afectando unidad sin fisuras? Podían aprovechar para una operación de catarsis, cortar por lo sano y replantearse el sentido de su existencia. Caiga quien caiga, aunque no quede ni uno de los actuales dirigentes. Ya sé que Ignacio de Loyola aconsejaba no hacer mudanza en tiempo de tribulación, máxima que se escucha últimamente con sospechosa asiduidad, lo mismo para un roto que para un descosido, pero algo tendrán que hacer. Digo yo. Podían al menos aprovechar para depurarse, como decía Solbes que hacen las empresas –triste consuelo-. Nadie se cree ya las continuas referencias a su propia formación como un partido cohesionado. Eso es como mi psiquiatra –al que alguna vez he aludido aquí-, que no tiene entidad, que se trata de una simple figura retórica, un recurso estilístico. Seguramente me vendría bien que fuera real, pero de momento no pasa de personaje de ficción. Busquen a un nuevo líder, pero no por el procedimiento por el que le eligieron a usted, porque le salió a Aznar de su libreta azul donde lo llevaba apuntado en lugar de Rato, a quien muchos esperaban. Por cierto, que Aznar se podía cortar ya la coleta.
—¿Y ahora qué hacemos, señor Rajoy, a quién nos encomendamos si puede saberse?
La que está cayendo y ustedes con esos pelos. ¡Qué hartura Señor!
Si el Presidente no tiene respuestas, si está vacío de ideas, huero de ilusiones, carente de proyectos, sin claridad en los principios o las prioridades, la oposición está obligada a reaccionar. A ZP ya no le queda credibilidad o reflejos, porque ni siquiera entre los algodones de Milá se veía seguro. Es algo más que síntomas de agotamiento, es que está totalmente desfondado.
—¿Y ahora qué, señor Rajoy?
También es verdad que lo de este electorado resulta complejo: de aquí a cuando haya que decidir, se le habrá olvidado todo. Eso si no nos hemos ido antes al carajo. Porque si seguimos esperando a que estén dispuestos a tomar el relevo, a que se encuentren ustedes preparados, apaga y vámonos. El clima es de resignación, de temor a cambiar a peor, aunque parezca imposible, de que más vale malo conocido y Virgencita que me quede como estoy. Por lo que se ve, su remedio se le antoja al personal peor que la enfermedad que padece. Porque si malas son las respuestas de Zapatero, qué podemos decir de las suyas que ni siquiera se oyen. ¿No les da vergüenza? Y ya no lo digo por mí, que estoy descreído de todos desde que tengo memoria, sino por los que necesitan alguien al que agarrarse. Producen ustedes una curiosa mezcla de risa y miedo.
—¿Y ahora qué hacemos, señor Rajoy?
El gobierno asume su incapacidad para vérselas con la crisis y reconoce el desastre de sus propias previsiones, las mismas que calificaban de desastrosas las previsiones del Partido Popular cuando preveía un desastre económico inmediato. Y vale ya de juegos de palabras. Zapatero le echa la culpa a setenta asesores y se queda tan ancho él y tan campantes ellos, que no los manda al paro para no incrementar las estadísticas de destrucción de empleo. Igual que hace Magdalena con el caos circulatorio, José Luis entona un mea culpa en tono menor y sube el volumen para acusar a los profesionales por el fallo en la predicción y eludir él responsabilidades. Nos recetan confianza pero ¿cómo vamos a tener fe en un gobierno que tanto ha blasonado de laicismo? Ante una sensación, como ésta, de parálisis, de pánico, de inutilidad gubernamental para liderar la recuperación, el partido que se pretende alternativa de poder debería estar presto a dar respuestas y esperanzas a la sociedad, a aportar soluciones. Y sin embargo, está con sus líos, sus rollos y sus cuitas. ¡Vaya nulidades! ¿Exigir el adelanto electoral? Pues tal y como está su patio, lo llevan claro.
—¿Y ahora qué hacemos, señor Rajoy, a quién nos encomendamos?
¿No sería el momento –éste de la crisis de todos y de la de ustedes- de dejarse de tontunas y de seguir afectando unidad sin fisuras? Podían aprovechar para una operación de catarsis, cortar por lo sano y replantearse el sentido de su existencia. Caiga quien caiga, aunque no quede ni uno de los actuales dirigentes. Ya sé que Ignacio de Loyola aconsejaba no hacer mudanza en tiempo de tribulación, máxima que se escucha últimamente con sospechosa asiduidad, lo mismo para un roto que para un descosido, pero algo tendrán que hacer. Digo yo. Podían al menos aprovechar para depurarse, como decía Solbes que hacen las empresas –triste consuelo-. Nadie se cree ya las continuas referencias a su propia formación como un partido cohesionado. Eso es como mi psiquiatra –al que alguna vez he aludido aquí-, que no tiene entidad, que se trata de una simple figura retórica, un recurso estilístico. Seguramente me vendría bien que fuera real, pero de momento no pasa de personaje de ficción. Busquen a un nuevo líder, pero no por el procedimiento por el que le eligieron a usted, porque le salió a Aznar de su libreta azul donde lo llevaba apuntado en lugar de Rato, a quien muchos esperaban. Por cierto, que Aznar se podía cortar ya la coleta.
—¿Y ahora qué hacemos, señor Rajoy, a quién nos encomendamos si puede saberse?
La que está cayendo y ustedes con esos pelos. ¡Qué hartura Señor!
2 comentarios:
Qué foto!!!
La hiciste tú? buenísima.
Gracias Mike. Sí, soy aficionado al Photoshop psicológico.
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