La vieja consigna feminista, evitar que se cosifique
el cuerpo de las mujeres, ha quedado derogada por la ocurrencia de una artista:
Yolanda Domínguez. En la portada de la edición digital de El
País de hoy aparece una información, firmada por Marina Gómez Robledo Ramos,
con este llamativo enunciado: “Vengo a registrar mi cuerpo porque me pertenece”.
¡Qué país, qué paisaje y qué paisanaje!, que dijo Unamuno. Pinchando el enlace,
se abre el cuerpo (vaya por Dios) de la noticia con otro título, este mucho más
explicativo: “Cientos de mujeres acuden al registro mercantil para inscribir su
cuerpo en contra de la reforma de la ley del aborto”. ¡Nada menos que al registro
mercantil! Ya está, el cuerpo convertido en pura mercancía por obra y gracia de
un trámite administrativo, por voluntad de su propietaria y no sabemos si como
paso previo a ponerlo en el mercado.
Los melones y las sandias (que no sandías, aunque,
pensándolo mejor, también) son obedientes (y obedientas) a ciegas de las
consignas, hasta que alguno o alguna, del melonar o sandiar, da a luz (ejem)
otra nueva, que puede en apariencia (sólo en apariencia) ser contradictoria con
su antecesora. Pero no hay forma de rebatirlas porque rápidamente acusan al
tibio de defender la posición contraria. Si dudas de la efectividad de las
huelgas para mejorar la calidad de la enseñanza pública, te dirán que defiendes
la privada. En un caso como el presente, a poco que te descuides, te zampan el
descalificativo de maltratador. No hay tu tía.
Como casi todos los debates, esta es una discusión
estéril (ea).
En fin, señoras, si ustedes creen que esas son
formas…
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