Preguntado el ministro Microsoft, Luis De GuÍndios,
sobre la continuidad del Cholo Simeone, fue contundente: “Claro que se tiene que
quedar. Lo que pasó el sábado agranda la leyenda del Atlético”. Sí señor, así me gusta, que el Atlético
agrande su leyenda de pupas, mientras el Madrid agranda la suya de ganador, de
rey de Europa.
La
mayor parte de los medios de comunicación, domados en la obediencia
guardiolista, había venido haciendo, antes del partido, una campaña de apoyo a
los colchoneros fomentando la rendición preventiva. Apenas finalizado –o mejor
dicho, nada más fallar el mártir Juanfran su tiro-, exhortaba a la contrición,
a celebrar con la boca pequeña y a hacer penitencia. Poco menos que había que
pedir perdón por haber ganado la undécima y por frustrar el homenaje póstumo a
Luis Aragonés: llevarle la copa a la tumba. Un auténtico chantaje emocional de
los del Manzanares.
Con
Luis de Carlos de presidente, empezó eso de tener que esconder el madridismo y
fue Mendoza el que reivindicó el orgullo del sentimiento vikingo. Mourinho,
crucificado por la prensa en nombre de la corrección política, acuñó la idea de
que el primer mandamiento del señorío es defender a muerte los colores del
equipo, en el campo y fuera de él.
Y
de esa guisa, nos plantamos en el 24 de mayo de 2014. Tras el cabezazo de Ramos
y los tres goles más que le siguieron, Simeone fue recibido en la sala de
prensa por los periodistas con una ovación atronadora y unánime. ¿A cuento de
qué?
En
fin, que De GuÍndios ha dado en el
blanco.
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