lunes, 15 de diciembre de 2008

Arde el ágora

You say you want a revolution
Well, you know
We all want to change the world
You tell me that it's evolution
Well, you know
We all want to change the world
But when you talk about destruction
Don't you know that you can count me out
(Lennon & MacCartney)
En Grecia, cuna de la democracia, la democracia se tambalea. Ojo porque el virus es contagioso. Los manifestantes declaran que el sistema está en quiebra, que no tienen fe en nada, que el paro les abruma y que, de perdidos, al río revuelto, y de allí al Egeo. Atenas también alumbró la demagogia y la tragedia.
La muerte de Alexandros Grigoropulos, un estudiante de dieciséis años, por un disparo de un policía, ha actuado como detonante del caos. Dieciséis años después del Miércoles Negro de Los Ángeles, cuando la policía apaleó a Rodney King, un joven de color, y “un jurado de blancos” absolvió a los agentes encausados, llega un negro a la Casa Blanca. Un caso parecido (la muerte por electrocución de dos adolescentes, que se escondieron en un transformador eléctrico cuando huían de la policía) actuó como espoleta para una serie de disturbios protagonizados, fundamentalmente, por inmigrantes de segunda generación, quienes quemaron miles de coches en toda Francia. Tres años más tarde, el que a la sazón era Ministro del Interior, Nicolas Sarkozy, alcanzó la presidencia de la República. En el cuadragésimo aniversario de mayo del 68, las revueltas y algaradas lúdico-reivindicativas han dejado paso a botellones coronados no con bombo sino con orgías de sangre, fuego y destrucción. El Cojo Manteca fue coronado, en una mani en el Madrid del 87, emperador y patrón de los revoltosos. Se ha pasado de Daniel Cohn Bendit a Jon Manteca, del movimiento estudiantil, al lumpen, al hooliganismo violento, sin formación ni ideología. Las manifestaciones y los movimientos de masas han perdido bagaje académico, sustancia, empaque filosófico... si es que alguna vez lo tuvieron.
Ese salto, de la agitación intelectual al puro desmadre, donde la única radicalidad que queda es la de la violencia, parece una alegoría de la evolución de la misma universidad. ¿Qué se ha hecho de los grandes pensadores, de los fulgurantes filósofos, de los brillantes científicos? No se les ve en las universidades europeas, los más influyentes intelectuales son simples divulgadores y gracias. Del Barrio Latino al Acrópolis Griego -en cuyo lapso de tiempo se ha dejado de estudiar a los clásicos- va como del cielo a la tierra.
La Universidad (el liceo aristotélico, la academia platónica) ya no es el Templo de la Inteligencia, que dijo Unamuno, ni los rectores los Sumos Sacerdotes. Es el puerto de Arrebatacapas, una cueva de mercachifles, por no decir de ladrones, donde se compra y vende prestigio (a pesar de que no les queda de esa mercancía) y se trapichea con todo, menos con el saber que, como no ocupa lugar, nadie se ocupa ya de él.
En las Universidades españolas (Santiago de Compostela, la de las Baleares, la Complutense de Madrid, la Autónoma o la Universidad del País Vasco) se grita, insulta, increpa, zarandea y agrede más que se investiga, se enseña, se debate o se transmite conocimiento. María San Gil, Rosa Díez, Josep Piqué, Carrillo, Dolors Nadal, Pío Moa, Albert Rivera han sufrido sus altercados. La Pompeu Fabra de Barcelona es ya un clásico. Los violentos toman las aulas y los pasillos cuando va a dar una conferencia Fernando Savater, Patxi López, Gotzone Mora, Nicolás Redondo Terreros o Edurne Uriarte. Al grito de “Fuera fascistas de la universidad”, los fascistas ocupan el campus, boicotean los actos y hacen una demostración de fuerza y de no saber lo que es la libertad de expresión ni los modales, la educación, las más elementales normas de convivencia ni nada. Hablando de Carrillo: a cualquiera le pueden abuchear o nombrar Doctor Honoris Causa.
Por eso, no resulta extraño que Aznar se tuviese que ir a disertar a Georgetown. Aunque fuera hablando en… lo que quiera que fuese aquello.

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