domingo, 14 de diciembre de 2008

Querer es poder (judicial)

“No juzguéis a los demás si no queréis ser juzgados. Porque con el mismo juicio que juzguéis habéis de ser juzgados, y con la vara que mediréis, seréis medidos vosotros”. (Mt 7 1-5; Lc 6, 37-42)
Después de la sorprendente Sentencia del Juzgado de lo Penal número 3 de Jaén, condenando a una mujer a 45 días de cárcel y prohibiéndole acercarse a su hijo, la decisión del fiscal jefe, José María Casado, de recurrirla ¡porque le parece leve la pena impuesta! nos obliga a pellizcarnos para ver si estamos soñando. Si a muchos damnificados por la comisión de delitos se les deja desprotegidos porque no les queda siquiera el consuelo de la reparación que supone el castigo al autor, el caso de Jaén se sitúa en el peor de los escenarios posibles, en el menos inteligible: convierte a todos los implicados en víctimas... de la propia sentencia. A menudo, bajo los pliegues y entre los recovecos de lo jurídico, se nos escapa el sentido de determinadas resoluciones y no hay modo de que en ellas encontremos la Justicia.
Ciertamente, hay ocasiones en las que, cuando hablamos de culpas por lo leve de las penas, los jueces comparten responsabilidad con los legisladores y hasta –a mi juicio- quedan un escalón por debajo de éstos. La manifiesta insuficiencia de las condenas y de su cumplimiento, es un hecho al que no hay derecho, pero su primera causa es la lenidad de la norma. El caso del juez Tirado puso de manifiesto otro aspecto de la cuestión: el corporativismo de la judicatura.
Los gobernantes de uno u otro signo reclaman o manifiestan respeto a la independencia judicial pero no la favorecen al politizar la justicia y al judicializar la política. También se incurre en ello por omisión cuando un fiscal, motu propio o siguiendo instrucciones, se abstiene de llevar ante los Tribunales a determinados delincuentes. Presuntos, claro. Al abordar el problema, hay que obviar a la Audiencia Nacional al completo, desde Gómez de Liaño, separado de la carrera, al juez Garzón, y desde el juez del Olmo, instructor del 11-M, a Gómez Bermúdez (y su mujer), presidente del Tribunal que lo enjuició. Todo lo que rodea a ese órgano genera suspicacias.
Alfonso Guerra derogó a Montesquieu pero Aznar, cuando pudo, no quiso recuperarlo para el universo judicial. Ahora bien, tal y como está el tema ya no tengo tan claro que los miembros del Consejo General del Poder Judicial deban ser jueces, nombrados entre los del gremio. La profesión lleva implícito un delirio de grandeza, una sensación patológica de divinidad. Puede que esa sea la causa de que haya sentencias que no son de este mundo. Con las excepciones de rigor, los justicieros están a años luz de los justiciables. No sé si el jurado, funcionando de verdad y no como un experimento inacabable, en pruebas eternas, sería solución.
A la Justicia habría que despojarla de su paralizante burocracia, de sus perfiles mitológicos y de su peluca rococó y dejarla en un mero servicio público. Eso sí, un servicio de impecable funcionamiento porque es esencial para la convivencia en sociedad y forma parte del núcleo duro de la democracia misma. Por eso, sus enormes carencias preocupan tanto a los ciudadanos.
El proceso de dinamitar la autoridad de los docentes y de los padres, al que en absoluto han sido ajenos los jueces, acabará arrollándoles. Les llegará por mucho que crean estar por encima de los avatares humanos. Es como el mensaje del Reverendo Niemöller: “Primero fueron a por los judíos, y yo no hablé porque no era judío. Después fueron a por los comunistas, y yo no hablé porque no era comunista. Después fueron a por los católicos, y yo no hablé porque era protestante. Después fueron a por mí, y para entonces ya no quedaba nadie que hablara por mí.” Realmente, no es un canto a la solidaridad, antes al contrario, y aunque supone un aldabonazo en las conciencias, actúa apelando a nuestro egoísmo. Nunca el peligro está lo bastante lejano para que deje de suponer una amenaza. La sensación de impunidad es falsa y engañosa. En lo que a los jueces concierne, podrían ser, si se descuidan, alguaciles alguacilados.
Mientras tanto, Bermejo, ajeno a todas las injusticias, no parece tener otro ansia que hacer honor a su apellido.

2 comentarios:

Mike dijo...

Completamente de acuerdo. Uno de los poderes que debería ser completamente independiente y que no lo es en absoluto.


Tienes un premio SIN NORMAS en mi blog.

Saludos!

metempsicótico dijo...

Gracias Mike.