Eso, dicho así, chirria, parece una contradicción en términos o, como se dice ahora, un oxímoron. Tras las loas, los homenajes y las glosas almibaradas que van implícitas en todo aniversario, hay que encender el espíritu crítico y doblar el lomo.
Para empezar, estando situado Zapatero entre los buenos, según el dictamen de la corrección política, o sea entre los nacionalistas (antes los buenos eran los progres a secas), debe hacerles entender a éstos que la lengua española –hablarla y conocerla- no es de fachas. Los que aquellos tienen por fachas –lo sean o no- están incapacitados de entrada, vetados para dar explicaciones, así que tendrá que ser él quien lo haga. Todo está en emplear su legendaria capacidad de persuasión y de diálogo. Hasta podría ser ése el inicio de una especie de pacto de Estado, de una bella amistad. No creo que resulte. Parece que ahora no se lleva tan bien con esa cuadrilla, pero no hay más que fijarse en Baleares, Galicia o Cataluña para ver que socialistas y nacionalistas conviven en simbiosis política: se necesitan mutuamente. Son las cosas del amor, que también tiene sus rachas. Eso sin contar con el hecho de que, donde existen con personalidad propia, están contaminados del virus del nacionalismo hasta ser irreconocibles y quedar prácticamente asimilados. O sea, que Zapatero ha de utilizar mano izquierda (se le supone como al militar el valor ¿no?), y Amor y Pedagogía para acabar con los prejuicios estúpidos. Todo menos usar la táctica de “si no puedes vencerlos, únete a ellos”.
“De Espanha, nem bom vento nem bom casamento”, dicen en Portugal, que viene a ser lo que en Valencia se enuncia así: “Quan el mal ve d’Almança a tot el món alcança” (no hay alcançar, está abastar, assolir, arribar, con significado próximo a alcanzar en español, pero lo importante era que rimase: se castellaniza el verbo y ya está). En fin.
Se cuestiona la necesidad de acometer reformas constitucionales. Las únicas llevadas a cabo hasta ahora, por la fuerza de los hechos, han sido las del Título VIII y las que afectan a los nacionalismos (su misma presencia en las instituciones, condicionando una y otra vez las mayorías parlamentarias, la definición de nación en suspenso, el artículo 3º, sobre la lengua, derogado de facto) y se ha aplazado sine die lo que verdaderamente interesa al conjunto de los españoles: la Corona, la propia estructura del Estado, recuperar la separación de poderes que estaba en el espíritu del texto primitivo, revisar las referencias que causan daño a personas y valores (el carácter integrador de las penas privativas de libertad, por ejemplo), jubilar al Senado, establecer un máximo de mandatos para los Presidentes, forzar la democratización de los partidos imponiendo sistemas de primarias o cosa parecida, eliminar los cupos en el nombramiento de miembros de órganos clave, establecer límites a la intromisión en la vida de los ciudadanos, poner topes al afán invasivo y regulador de las instituciones, replantear la Ley Electoral y el cómputo de la representatividad... ¿No es un absoluto desafuero que prevalezca la voluntad de los nacionalistas? ¿No supone una distorsión de la esencia de la democracia que, empezando con la declaración de intenciones de respetar los derechos de las minorías (algo muy saludable), acaben éstas por imponer sus criterios, por dictar su ley? Algo no funciona cuando la Constitución sirve de excusa para no llevar a cabo sensatas reformas legales que servirían para endurecer las penas de violadores, pederastas o terroristas, o que cumplan las condenas que se les impongan, pero no supone un freno para el voraz apetito de los nacionalistas. Este es el principal escollo, el reto más complejo al que nos enfrentamos.
Después del pasote que s’ha marcao el colega Tardá, con lo de “muerte al Borbón”, ¿se entiende mejor lo de mi post de ayer sobre los “elementos sospechosos”? Son malos compañeros de viaje y es flaco el favor que le hacen a la causa republicana, si es que pretenden hacerle alguno. Hemos llegado a un punto de no retorno con sólo dos alternativas: o independencia a la carta y a tomar por saco, o a refundar el Estado sin complejos, y tratar de recuperarlo física y anímicamente.
Para vetar ese u otro debate, como te descuides, sacarán a Franco o a Primo de Ribera (don Miguel) a paseo. El espíritu del dictador sigue sobrevolando la capital. Ayer pasó por Fuencarral hacia la Gran Vía como una exhalación. Si llega a haber un radar en un ático o azotea, no le habrían dejado un punto en el carnet. ¡Cómo iba el pájaro!
Para empezar, estando situado Zapatero entre los buenos, según el dictamen de la corrección política, o sea entre los nacionalistas (antes los buenos eran los progres a secas), debe hacerles entender a éstos que la lengua española –hablarla y conocerla- no es de fachas. Los que aquellos tienen por fachas –lo sean o no- están incapacitados de entrada, vetados para dar explicaciones, así que tendrá que ser él quien lo haga. Todo está en emplear su legendaria capacidad de persuasión y de diálogo. Hasta podría ser ése el inicio de una especie de pacto de Estado, de una bella amistad. No creo que resulte. Parece que ahora no se lleva tan bien con esa cuadrilla, pero no hay más que fijarse en Baleares, Galicia o Cataluña para ver que socialistas y nacionalistas conviven en simbiosis política: se necesitan mutuamente. Son las cosas del amor, que también tiene sus rachas. Eso sin contar con el hecho de que, donde existen con personalidad propia, están contaminados del virus del nacionalismo hasta ser irreconocibles y quedar prácticamente asimilados. O sea, que Zapatero ha de utilizar mano izquierda (se le supone como al militar el valor ¿no?), y Amor y Pedagogía para acabar con los prejuicios estúpidos. Todo menos usar la táctica de “si no puedes vencerlos, únete a ellos”.
“De Espanha, nem bom vento nem bom casamento”, dicen en Portugal, que viene a ser lo que en Valencia se enuncia así: “Quan el mal ve d’Almança a tot el món alcança” (no hay alcançar, está abastar, assolir, arribar, con significado próximo a alcanzar en español, pero lo importante era que rimase: se castellaniza el verbo y ya está). En fin.
Se cuestiona la necesidad de acometer reformas constitucionales. Las únicas llevadas a cabo hasta ahora, por la fuerza de los hechos, han sido las del Título VIII y las que afectan a los nacionalismos (su misma presencia en las instituciones, condicionando una y otra vez las mayorías parlamentarias, la definición de nación en suspenso, el artículo 3º, sobre la lengua, derogado de facto) y se ha aplazado sine die lo que verdaderamente interesa al conjunto de los españoles: la Corona, la propia estructura del Estado, recuperar la separación de poderes que estaba en el espíritu del texto primitivo, revisar las referencias que causan daño a personas y valores (el carácter integrador de las penas privativas de libertad, por ejemplo), jubilar al Senado, establecer un máximo de mandatos para los Presidentes, forzar la democratización de los partidos imponiendo sistemas de primarias o cosa parecida, eliminar los cupos en el nombramiento de miembros de órganos clave, establecer límites a la intromisión en la vida de los ciudadanos, poner topes al afán invasivo y regulador de las instituciones, replantear la Ley Electoral y el cómputo de la representatividad... ¿No es un absoluto desafuero que prevalezca la voluntad de los nacionalistas? ¿No supone una distorsión de la esencia de la democracia que, empezando con la declaración de intenciones de respetar los derechos de las minorías (algo muy saludable), acaben éstas por imponer sus criterios, por dictar su ley? Algo no funciona cuando la Constitución sirve de excusa para no llevar a cabo sensatas reformas legales que servirían para endurecer las penas de violadores, pederastas o terroristas, o que cumplan las condenas que se les impongan, pero no supone un freno para el voraz apetito de los nacionalistas. Este es el principal escollo, el reto más complejo al que nos enfrentamos.
Después del pasote que s’ha marcao el colega Tardá, con lo de “muerte al Borbón”, ¿se entiende mejor lo de mi post de ayer sobre los “elementos sospechosos”? Son malos compañeros de viaje y es flaco el favor que le hacen a la causa republicana, si es que pretenden hacerle alguno. Hemos llegado a un punto de no retorno con sólo dos alternativas: o independencia a la carta y a tomar por saco, o a refundar el Estado sin complejos, y tratar de recuperarlo física y anímicamente.
Para vetar ese u otro debate, como te descuides, sacarán a Franco o a Primo de Ribera (don Miguel) a paseo. El espíritu del dictador sigue sobrevolando la capital. Ayer pasó por Fuencarral hacia la Gran Vía como una exhalación. Si llega a haber un radar en un ático o azotea, no le habrían dejado un punto en el carnet. ¡Cómo iba el pájaro!
P.S. Dos días después de publicar esta entrada, Ignacio Camacho, en su habitual columna de ABC (Aporía de la Constitución) propugna un cambio político, pero no de la Norma Suprema ni de las fórmulas electorales, sino de estrategias, de manera que los nacionalistas conserven toda su representación. Es interesante su idea de que más vale tenerlos dentro que fuera, aunque -al margen de que se aprovechen de los mecanismos legales para ir contra la misma legislación que les ampara- no sé si dejarán...
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