El otro día me puse a pergeñar adivinanzas: “¿Todo ateo es por (auto)definición un desalmado?” No era algo descalificatorio sino una reflexión en voz alta con el único objeto de hacer un juego de palabras –en su sentido más literal- y de conceptos; una greguería en forma de interrogación. Ni que decir tiene que la respuesta era negativa: un agnóstico (y siguiendo con la broma, incluso un ateo confeso) puede ser tan beatífico y piadoso como cualquiera. Yo, antes, era de vocación polemista; la discusión empieza a cansarme.
Ayer le oí decir en RNE al Párroco de Loyola –cuya basílica está situada a escasos 100 metros del lugar del crimen-, que el sitio era, desde que mataron a su amigo Ignacio Uría, menos humano y (titubeó: hasta los sacerdotes están condicionados por la corrección política) menos cristiano. Hace tiempo –un tiempo que se me antoja lejano pero que no lo es tanto- los seminarios eran el vivero de la banda, uno de sus mayores proveedores de material ¿humano? Hoy lo es el botellón vasco: la kale borroka.
En marzo asesinaron a Isaías Carrasco, un empleado de la autopista; ayer a un empresario relacionado con el AVE. La autovía de Leizarán –igual que la central nuclear de Lemóniz- se cita como precedente de la oposición al tren de alta velocidad, pero aquí, en el caso de la “Y vasca”, se señala una diferencia capital: sirve para articular Euskadi con el resto de España. Razones y sinrazones para quien aspira a mandar al País Vasco de vuelta a las cavernas: txapela de piel de oso, hacha y garrota, y un trabuco carlista como elemento modernizador.
Otra vez volvemos a oír la letanía: era un hombre de aquí, de toda la vida, un vasco de pro. Edurne Uriarte la entona en su columna de ABC (Uno de los nuestros) con una intención cuya bondad no se cuestiona. Quien fuera presidente del Foro de Ermua, Vidal de Nicolás, rechazaba tajantemente esos argumentos. Él, que había padecido, como luchador antifranquista, la cárcel y el exilio, decía que era inmoral destacar esas características de las víctimas o la de ser vascohablante, porque suponía arrogarse la capacidad de juzgar a quién se mata con más derecho.
Hoy, el diario El Mundo subraya que, tras el asesinato, siguió desarrollándose (sin Ignacio) la habitual partida de cartas que todos los días jugaba la víctima y a cuya cita se dirigía puntual cuando lo cazaron los criminales. Carlos Herrera decía, esta mañana, que tal vez haya que hablar de un epidemia, de una especie de afección [in]moral en el País Vasco. Cuando el atentado a la Casa Cuartel de Legutiano, el pasado mes de mayo, yo lo afirmaba en un post: Enfermos de podredumbre. En todos los medios, junto al detalle de que en Azpeitia gobierna ANV (en este momento, no me preocupa tanto que se dieran las condiciones para que haya un alcalde de ANV como el hecho de que le vote la gente) sobresale un adjetivo: inhumano. Empiezo a dudar si no es todo lo contrario, algo Humano, demasiado humano, como decía Nietzsche. Otra cosa es que nos pongamos a buscar sinónimos (conceptuales) y los encontremos en animal, en monstruo, en ser despiadado, en bestia sin raciocinio ni sentimientos.
Ayer le oí decir en RNE al Párroco de Loyola –cuya basílica está situada a escasos 100 metros del lugar del crimen-, que el sitio era, desde que mataron a su amigo Ignacio Uría, menos humano y (titubeó: hasta los sacerdotes están condicionados por la corrección política) menos cristiano. Hace tiempo –un tiempo que se me antoja lejano pero que no lo es tanto- los seminarios eran el vivero de la banda, uno de sus mayores proveedores de material ¿humano? Hoy lo es el botellón vasco: la kale borroka.
En marzo asesinaron a Isaías Carrasco, un empleado de la autopista; ayer a un empresario relacionado con el AVE. La autovía de Leizarán –igual que la central nuclear de Lemóniz- se cita como precedente de la oposición al tren de alta velocidad, pero aquí, en el caso de la “Y vasca”, se señala una diferencia capital: sirve para articular Euskadi con el resto de España. Razones y sinrazones para quien aspira a mandar al País Vasco de vuelta a las cavernas: txapela de piel de oso, hacha y garrota, y un trabuco carlista como elemento modernizador.
Otra vez volvemos a oír la letanía: era un hombre de aquí, de toda la vida, un vasco de pro. Edurne Uriarte la entona en su columna de ABC (Uno de los nuestros) con una intención cuya bondad no se cuestiona. Quien fuera presidente del Foro de Ermua, Vidal de Nicolás, rechazaba tajantemente esos argumentos. Él, que había padecido, como luchador antifranquista, la cárcel y el exilio, decía que era inmoral destacar esas características de las víctimas o la de ser vascohablante, porque suponía arrogarse la capacidad de juzgar a quién se mata con más derecho.
Hoy, el diario El Mundo subraya que, tras el asesinato, siguió desarrollándose (sin Ignacio) la habitual partida de cartas que todos los días jugaba la víctima y a cuya cita se dirigía puntual cuando lo cazaron los criminales. Carlos Herrera decía, esta mañana, que tal vez haya que hablar de un epidemia, de una especie de afección [in]moral en el País Vasco. Cuando el atentado a la Casa Cuartel de Legutiano, el pasado mes de mayo, yo lo afirmaba en un post: Enfermos de podredumbre. En todos los medios, junto al detalle de que en Azpeitia gobierna ANV (en este momento, no me preocupa tanto que se dieran las condiciones para que haya un alcalde de ANV como el hecho de que le vote la gente) sobresale un adjetivo: inhumano. Empiezo a dudar si no es todo lo contrario, algo Humano, demasiado humano, como decía Nietzsche. Otra cosa es que nos pongamos a buscar sinónimos (conceptuales) y los encontremos en animal, en monstruo, en ser despiadado, en bestia sin raciocinio ni sentimientos.
Pero sí, supongo que sí: son unos seres desalmados e inhumanos, que sólo provocan dolor y asco.
1 comentario:
Unos amigos vascos me hablan de esa enfermedad en un mail que me enviaron y que acabo de publicar.
buen post.!
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