¿Ir por uvas? ¡Naranjas de la China!
A veces, los frutos del nacionalismo son salvajes. Será porque los nacionalistas suelen ser asilvestrados y siempre están pendientes de dar la campanada. En este caso, la cuestión es más bien chusca pero igualmente ilustrativa de cómo les funciona la mollera. Parecerá una sandez (lo es de hecho) pero puedo prometer y prometo que conozco gente que pone en práctica el invento.
Hace varios años, los nacionalistas valencianos llegaron a la conclusión de que celebrar la Nochevieja con uvas era cosa extraña, foránea, españolista vaya, y decidieron que lo suyo era cambiar los granos de uva por gajos de naranja o mandarina. Hay que ser sandio y melón. Tal vez les dio por asociar una tradición, que ahora está a punto de ser centenaria, con la Puerta del Sol, centro teórico de la red de carreteras del Estado radialmente distribuidas, tal vez de la geografía hispana (si es que la piel de toro permite determinar dónde poner la aguja del compás) y metafórico del centralismo mismo. Hoy (pasado mañana) las televisiones autonómicas escogen sitios de marcada significación para retransmitir las campanadas, así que no hay por qué atragantarse ya con la visión del oso y el madroño o la sede del gobierno de Esperanza Aguirre. En fin; es lo que tiene el nacionalismo, que vuelve a la gente obtusa, que todo lo filtra por su criterio, que convierte a la nación, falsa e idealizada, en medida de todas las cosas.
Lo bueno es que les dio por cambiar una fruta valenciana –cuya producción se concentra en una zona que abarcaría las partes costeras de las provincias de Valencia y Castellón- por otra que también lo es. Ciertamente, si a la uva de mesa nos referimos, la localización es más limitada y se reduce a varios términos de la comarca del “Vinalopó Mitjà” y a uno (Agost) del “Alacantí”. A lo mejor, la ojeriza es por la tardía incorporación de la cercana Villena (Alt Vinalopó) a la provincia de Alicante, que no se produjo hasta 1836, por su proximidad a la región de Murcia, o la cuestión reside en el carácter emblemático que tiene la naranja en la Comunidad Valenciana, lo cierto es que fueron los agricultores alicantinos quienes propiciaron la costumbre de las uvas como estratagema publicitaria para vender su producto. Pero, si la cosa se limitara a un área o pueblín, cuya economía gire en torno a la producción de agrios, bueno estaría (aunque seguiría siendo prueba palpable del carácter aldeano del nacionalismo), pero los ideólogos de esto pretenden hacer del evento un acto de afirmación nacional.
Cabe recordar que, en puridad, el rito exige comer las uvas sin pelar y sin quitarles las pepitas. No valen, pues, doce gajos: han de ser doce mandarinas enteras y verdaderas. Aunque sean de un bonsái.
A veces, los frutos del nacionalismo son salvajes. Será porque los nacionalistas suelen ser asilvestrados y siempre están pendientes de dar la campanada. En este caso, la cuestión es más bien chusca pero igualmente ilustrativa de cómo les funciona la mollera. Parecerá una sandez (lo es de hecho) pero puedo prometer y prometo que conozco gente que pone en práctica el invento.
Hace varios años, los nacionalistas valencianos llegaron a la conclusión de que celebrar la Nochevieja con uvas era cosa extraña, foránea, españolista vaya, y decidieron que lo suyo era cambiar los granos de uva por gajos de naranja o mandarina. Hay que ser sandio y melón. Tal vez les dio por asociar una tradición, que ahora está a punto de ser centenaria, con la Puerta del Sol, centro teórico de la red de carreteras del Estado radialmente distribuidas, tal vez de la geografía hispana (si es que la piel de toro permite determinar dónde poner la aguja del compás) y metafórico del centralismo mismo. Hoy (pasado mañana) las televisiones autonómicas escogen sitios de marcada significación para retransmitir las campanadas, así que no hay por qué atragantarse ya con la visión del oso y el madroño o la sede del gobierno de Esperanza Aguirre. En fin; es lo que tiene el nacionalismo, que vuelve a la gente obtusa, que todo lo filtra por su criterio, que convierte a la nación, falsa e idealizada, en medida de todas las cosas.
Lo bueno es que les dio por cambiar una fruta valenciana –cuya producción se concentra en una zona que abarcaría las partes costeras de las provincias de Valencia y Castellón- por otra que también lo es. Ciertamente, si a la uva de mesa nos referimos, la localización es más limitada y se reduce a varios términos de la comarca del “Vinalopó Mitjà” y a uno (Agost) del “Alacantí”. A lo mejor, la ojeriza es por la tardía incorporación de la cercana Villena (Alt Vinalopó) a la provincia de Alicante, que no se produjo hasta 1836, por su proximidad a la región de Murcia, o la cuestión reside en el carácter emblemático que tiene la naranja en la Comunidad Valenciana, lo cierto es que fueron los agricultores alicantinos quienes propiciaron la costumbre de las uvas como estratagema publicitaria para vender su producto. Pero, si la cosa se limitara a un área o pueblín, cuya economía gire en torno a la producción de agrios, bueno estaría (aunque seguiría siendo prueba palpable del carácter aldeano del nacionalismo), pero los ideólogos de esto pretenden hacer del evento un acto de afirmación nacional.
Cabe recordar que, en puridad, el rito exige comer las uvas sin pelar y sin quitarles las pepitas. No valen, pues, doce gajos: han de ser doce mandarinas enteras y verdaderas. Aunque sean de un bonsái.
¡Feliz año 2009! y que cada uno celebre su entrada como le venga en gana.
1 comentario:
¡Feliz 2009!, intentaremos comer las 12 uvas enteritas... a ver si este año puede ser... Buena suerte.
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